Sor Lucía Caram: "En el convento triunfa la fideuá"
Comprometida, inquieta y chef con más de 182.000 seguidores en Twitter. Y, además, monja dominicana contemplativa. Pocas veces se conocen a hermanas como sor Lucía Caram (1966, Tucumán, Argentina), una religiosa que se ha convertido en la estrella de Canal Cocina gracias al programa Sor Lucía y donde plasma recetas apetitosas y sencillas con un lenguaje claro y de lo más informal. “Antes le pido a Dios y ahora le pido a todo Dios”, suele asegurar Sor Lucía en defensa de los más vulnerables.
Precisamente por su lucha contra la pobreza y la desigualdad y por haberse convertido en una de las voces más críticas con los políticos y la crisis económica en defensa de las personas en riesgo de exclusión, sor Lucía Caram fue galardonada el pasado viernes con el premio Catalana del Año 2014.
En su día a día, esta monja “inquieta e inquietante” -según su perfil de Twitter @sorluciacaram- es chef del convento de Manresa y compagina su vida claustral de oración, estudio y vida en comunidad con proyectos solidarios como el Mosaic de Salud Mental y la Fundación Rosa Oriol, a favor de los colectivos más necesitados.
Pero donde realmente sor Lucía marca la diferencia es en los fogones: su infancia en Argentina, su herencia familiar libanesa e italiana y su experiencia en cocinas de Valencia y Cataluña hacen que sus recetas sean un auténtico manjar reflejo de un crisol único de culturas. Eso sí, combina siempre los platos más originales y divertidos de su Argentina natal con los que prepara a diario en el convento.
En Gastronosfera hemos querido conocerla en persona para hablar de su nuevo libro Las recetas de sor Lucía Caram (ed. Planeta), de sus recuerdos culinarios de infancia y de lo que sus compañeras las hermanas prefieren comer en el convento:
Gastronosfera: ¿Qué tipo de cocina te define? ¿Qué recetas podemos encontrar en tu nuevo libro?
Sor Lucía: Mi cocina es sencilla, nada sofisticada y basada en productos al alcance de todos y que podemos encontrar en cualquier supermercado de barrio. A través de mis recetas muestro el recorrido geográfico de mi vida. Desde criolla tucumana, que observé y aprendí de mi madre y de María, una señora que nos ayudaba en casa y que es la mejor cocinera del mundo, hasta de mi abuela libanesa. De mi faceta argentina destacan platos como la humita (una especie de guiso de maíz y verduras) y el flan de leche condensada; de mi abuela, el baba gamush (puré de berenjenas), el kepe (carne picada de cordero con especias y bulgur) y el cuscús.
G: ¿Tenía entonces la comida mucha importancia en tu casa?
S. L.: Somos siete hermanos y, sumando mis padres, mi abuela y algún amigo, en la mesa nunca comíamos menos de doce personas. Teníamos que ser rápidos para repetir y la comida era un motivo de fiesta, de celebración. Sólo había dos cosas obligatorias: comer juntos todos los días e ir a misa los domingos. La primera nos gustaba más que la segunda, claro [risas]. Se trataba de aprender a compartir la mesa, no de ver la televisión. La comida debe ser un momento para disfrutar y para compartir. En realidad, se logra de una forma muy sencilla.
Foto: Meritxell Arjalaguer
G: Más tarde estuviste en Valencia y Cataluña aprendiendo a cocinar. De estas culturas, ¿qué has incorporado en tu recetario personal?
S. L.: En Valencia descubrí la paella, cómo no, y la personalicé a mi gusto. Y los potajes, los platos de cuchara, que también son muy típicos. Estuve de pinche en la cocina, donde aprendí a observar y a hacer la coca. En Manresa unas monjas de toda la vida me enseñaron la escalibada de pimientos, berenjena y huevo duro, la coca mediterránea de sardinas, y todas las verduras de la huerta. Este sí que fue un descubrimiento: aprovechar los productos de la huerta, de proximidad y de cada temporada.
G: ¿Qué cocinas en el convento? ¿Decides tú el menú?
S. L.: En el convento soy totalmente libre de cocinar lo que quiero, soy yo quien recoge el huerto y hace la compra. Debido a mi tradición argentino-carnívora, me costó mucho incorporar el pescado a mis menús, pero trato de que lo comamos dos veces por semana. Bacalao con miel, merluza de diferentes formas, salmón a la plancha… Si tengo tiempo, dorada al horno, por ejemplo. Después, un día por semana, pongo carne, aunque a las hermanas les gusta menos, y con la llegada del buen tiempo, hago barbacoa. Por supuesto, siempre abunda la verdura: por la noche, la comemos hervida por tradición de toda la vida.
G: ¿Cuál es tu plato estrella? ¿Hay alguno con las que las hermanas se chupen los dedos?
S. L.: Disfrutan mucho con la paella. La preparo cada semana, ya sea de pescado, de conejo o mixta. Y les encanta cuando hago la coca mediterránea de sardinas, así como los purés y las sopas. Hay una hermana que es muy vaga para comer y siempre prefiere todos los platos de cuchara, o un yogur antes que la fruta [risas]. Pero lo que sin duda triunfa en el convento es la fideuá, el flan de leche condensada y la crema catalana.
G: ¿Cómo fue tu primer contacto con la cocina? ¿Qué recuerdos gastronómicos tienes de infancia?
S. L.: Aunque no pude experimentarlo hasta años después, el asado. Sentía mucha curiosidad al ver cómo se encendía el fuego. Solía sentarme sobre una piedra y ver cómo se iba haciendo la carne. Durante varias horas, el fuego iba subiendo y hasta que no salía la sangre, no se podía girar. Es uno de los secretos clave. La primera vez que hice un asado yo sola, fue con doce años. ¡Me costó que me dejaran! También recuerdo cómo mi madre hacía la salsa para la pasta. Debido a que mi familia materna era italiana, comíamos mucha. En verano me dejaban experimentar con las salsas y, a día de hoy, aún lo hago.
G: ¿Cuál es tu plato favorito?
S. L.: De aquí, la paella; de Argentina, el asado y las empanadas.
G: ¿Le damos el valor real a la comida?
S. L.: La comida tiene que ser algo sencillo. Hemos pasado a sobredimensionarla o, fruto del estrés, de abusar de la comida basura. Mi labor en el banco de alimentos me muestra a diario que no se trata de comer de cualquier manera, sino de saborear y alimentarnos bien. Existen paladares exquisitos, pero no creo que deba ser una norma de vida. Cuando a alguien le das un carro de comida para que pueda alimentarse y te da las gracias, entiendes muchas cosas. Comer es un derecho, pero cuando ese derecho está vulnerado se convierte en un lujo. Para muchos comer es un lujo mientras que otros hacen del comer cada día un lujo. Estas son las grandes contradicciones de nuestro mundo.
Si quieres saber más sobre la cocina de sor Lucía Caram, no dudes en participar en nuestro concurso con motivo del Día del Libro: sorteamos un ejemplar de Las recetas de sor Lucía Caram (ed. Planeta) dedicado por sor Lucía Caram entre todos los lectores de Gastronosfera. ¿A qué esperas? ¡Participa y mucha suerte!