Francia, el vino, los nazis y el juego del ratón y el gato
Para nuestros queridísimos vecinos del norte, el vino es mucho más que una bebida noble. Veo, subo y doblo la apuesta: mucho más que la bebida más noble que pueda recorrer un gaznate. Para los queridísimos vecinos del norte el vino es un asunto de identidad. Hace unos años, un estudio encargado por el gobierno francés para definir ‘qué es lo que hace que lo francés sea francés’, puso de manifiesto el siguiente resultado, por orden de importancia: haber nacido en Francia, defender la libertad, hablar francés y …¡¡tachán!! Conocer y apreciar el buen vino. Es por ello que durante la ocupación alemana de la Segunda Guerra Mundial, el tema de cómo los franceses lucharon por ocultar y mantener su vino fuera del alcance de la avidez depredadora de los nazis es una de esas historias que merecen ser contadas. Empecemos por aportar algunos datos generales que nos dibujen el contexto: Francia consiguió una dolorosa victoria sobre los alemanes en la primera gran guerra. Una victoria que costó la pérdida de casi una generación de jóvenes entre los que, por supuesto, se contaban los herederos y próximas generaciones de las familias viticultoras. Además, los campos de vid donde se producían los vinos fueron carne de trinchera y gas mostaza por lo que la producción tras la guerra fue muy escasa y con importantes deficiencias en cuanto a su calidad. El sector se fue recomponiendo durante las décadas siguientes pero el impacto psicológico de la guerra en el mismo dejó una profunda impronta. Cuando los alemanes se pasaron la línea Maginot por el arco de triunfo, se plantaron en París y les ganaron la guerra a los vecinos del norte de la misma manera a como Panenka marcaba los penaltis, llegaron con sed. Con mucha sed. Infectados con el virus compulsivo que tienen los conquistadores de todas las épocas, decidieron drenar los recursos franceses y regalarse a si mismos el placer de beberse a sorbos el orgullo nacional del vencido. Von Ribbentrop era amante en grado de enormidad de los champanes y casado con Anneliese Henkel, hija del ‘rey del champán alemán’. Göring y los generales de la Luftwaffe se aseguraron durante todo el conflicto de recibir cargamentos continuados de los más mejores vinos de las más prestigiosas marcas. Los alemanes establecieron un férreo control sobre la producción y comercialización. Los Beauftragter fueron los tratantes únicos a los que vender vino para exportar (a Alemania, por supuesto). En Burdeos el puesto recayó en Heinz Bömers, en Borgoña fue Adolf Segnitz y Otto Klaebitz en la zona de Champagne. Los franceses irónicamente les llamaban Weinführer. Precios bajos al productor y monopolio de facto para fijar el precio de venta, el paraíso del tratante. Bah, no creo que lo volvamos a ver. Sin embargo, los franceses desplegaron durante los años de ocupación una serie de técnicas y ardides que les permitieron salvar centenares de miles de botellas de las garras de la pérfida red nazi. Ocultaron sus botellas en los rincones más recónditos de las bodegas, las tapiaron y luego trataron de envejecer esas nuevas paredes confiando que los soldados alemanes no detectaran esos dobles fondos donde se ocultaba parte del orgullo de ser francés. Ah, sí, bueno, también se ocultaba gran parte del patrimonio y capacidad de negocio de todos ellos. Conviene no olvidarlo. La empresa Chevalier’s era la encargada de la limpieza de numerosos museos donde las alfombras acumulaban gran cantidad de polvo. A algún ingenioso caballero se le ocurrió utilizar ese polvo que acumulaban por sacos para envejecer artificialmente botellas con vino joven de baja calidad: Dándoles apariencia de grandes e históricos caldos consiguieron engañar a numerosos gaznates más entrenados a beber cerveza que vinos de abolengo. En Vouvray, el alcalde convenció a un amigo artista para que realizara la falsificación de documentos oficiales alemanes según el cual el vino de la localidad había sido ‘reservado para la Wehrmatch’ y salvar así su producción del saqueo y pillaje. Incluso el borreguil gobierno de Petain se adelantó al poderoso Mariscal Göring, que ambicionaba apoderarse de los vinos del mítico Chateau Lafite-Rothschild y ofrecérselo a su jefe del bigote como hermoso botín de guerra. El gobierno de Vichy se marcó un ‘exprópiese’ de órdago y se quedó con la propiedad. Frustrando los deseos de Göring. Que se joda. Aún hay más, Monsieur Monnmousaux se dedicó a transportar a refugiados y resistentes desde la zona bajo control de Vichy hasta los puertos atlánticos en su deseo de evadirse hasta Gran Bretaña. Lo hacía escondiéndolos dentro de toneles que transportaba a lomos de sus asnos, contrabando de personas a través de la línea de demarcación que dividió Francia en dos partes. Las personas no caben por la tapa del tonel, así que los desmontaban enteros y los volvían a montar ‘alrededor’ del candidato a persona libre tanto para meterlos como para sacarlos. Durante años, el juego de gato y el ratón se mantuvo con los invasores tratando de obtener los mejores caldos para sus élites militares y algunos caldos decentes para su tropa de cuartel. Siempre ha habido clases. Y los franceses tratando de escamotear y colocar vino de baratillo tantas veces como les fue posible a sus poco entendidos clientes. Claro que esto podría hacer parecer divertido algo que en realidad fue una tragedia de dimensiones colosales. No lo fue, e incluso en esta guerra del vino hubo bajas y muertes. Y conviene recordarlos. El 4 de Mayo de 1945, el Sargento De Nonnancourt, Comandante de un tanque de la 2ª División blindada bajo el mando del General Leclerc fue el encargado de abrir las puertas de una cueva situada en la montaña Obersalzburg, en la fortaleza de Hitler apodada ‘El nido del águila’. Esa cueva era en realidad la bodega donde acumuladas por la codicia y el terror, miles de botellas del mejor vino francés esperaban pacientes su liberación. Si queréis conocer más datos, historias y anécdotas, podéis buscar este libro: La Guerra del Vino de Don & Petie Kladstrup (Ediciones Obelisco). Texto de Òscar Gómez (starbase), blogger en decuina.net