Escapada a los Pirineos, con permiso del dietista... o no
Una excursión a La Cerdanya justo cuando empieza la temporada del frío es algo que te obliga a escoger: aplatanamiento en sofá junto a fuego y chimenea o safari de sabores en uno de los paisajes más hermosos de este rincón del mundo. En mi caso, junto a la reina de mi corassón, optamos por cabalgar el valle a grupas de nuestro humilde Renault a la búsqueda de un gran artesano del queso, una pizza de pies de cerdo que quitaba el sentido, unos embutidos de impresión y un chocolate a la taza en modo suizo que le ha causado una úlcera a mi dietista. Lo siento Joan, a -3 grados no se puede rechazar un chocolate caliente. Si se puede lo mejor es viajar el día anterior y levantarse en plaza, fresco y descansado para disfrutar de la jornada. Nosotros nos alojamos en un cómodo y nuevo hotel rural. Además, hay que reconocerlo, sacar el hocico del edredón y encontrarse ese panorama es un regalo para las pupilas. Podemos empezar el día visitando a Pere Pujol, que desde hace tres años se ha lanzado a la aventura de fabricar los quesos de Molí de Ger. Una explotación que destina principalmente su leche a la Cooperativa Cadí pero de la que semanalmente reservan entre 2.000 y 3.000 litros para producción propia. Eso supone entre 200 y 300 kg de queso, es decir, que por cada kilo de queso necesitamos 10 litros de preciosa leche recién ordeñada. La leche reposa durante doce horas a temperatura controlada junto a los fermentos antes de añadirle el cuajo (en este caso cuajo animal, enzimas digestivas extraídas del estómago de terneros). Tras 45 minutos con el cuajo, se corta utilizando las liras (a fragmentos más pequeños cuanto mayor sea la curación que se le quiere dar al queso). Un posterior prensado en el molde acaba por conferir al queso su forma y queda el proceso de maduración. Nos gustó mucho la explicación sobre la importancia del nivel de acidez en el control de producción del queso y cómo al llegar a una acidez de 5 o 5,3 grados de pH es cuando se considera que el queso debe pasar a la cámara para reducir la actividad de los fermentos. En Molí de Ger puedes degustar tres quesos en el mismo obrador, uno de 45 días (izquierda en la foto), uno de 3 meses (centro) y uno de entre 4 a 6 meses (derecha). Todos ricos ricos, pero a mí me enamoró el más jovencito –muy láctico y de textura cremosa–. Parada siguiente: Llívia. Ese pueblecito que es una isla rodeada 360 grados de gabacha tierra. Y lo dice un afrancesado de corazón. Vive la France, pero este trocito es nuestro. En Llívia se puede visitar la farmacia más antigua de Europa (s. XV) y si el querido lector se acerca un sábado podrá visitar el mini-mercado donde hay algunas de las más hermosas lechugas y piezas vegetales que jamás hemos visto. Será el hielo, será el frescor, será lo que sea: pero demos gracias a Escoffier por regalarnos estos frutos de la tierra. Para comer puedes optar por una versión del menú del Restaurante Hotel Prado en la rotonda que comunica Puigcerdà con la carretera de Llívia. Un restaurante familiar con unos jardines imponentes y una cocina tradicional donde disfrutar a fondo con unos canelones o el inexcusable Trinxat de La Cerdanya. Menú a 24 euros aprox. Un clásico de clásicos siempre bien ejecutados. Si el querido lector está en zona caliente de la crisis y prefiere una opción no tan ‘nostrada’ pero más económica, podemos apuntarnos al Restaurant La Pizzeria (c/Espanya, 9 tel 972 141 275). Cuyo nombre no esconde ni alberga dudas: es lo que hay. Sin trampa ni cartón, pizzas muy bien realizadas de base fina y crujiente. Yo personalmente soy de la escuela americana con base gorda y más panificada, pero eso me pasa porque yo soy muy brutote. Sin embargo la pizza de pies de cerdo es como para hacerle un monumento incluso siendo de masa fina. La pizza más melosa y llena de colágeno que jamás comí. De lágrima. Un paseíto por Puigcerdà para bajar la comida nos permite acercarnos a alguna de las charcuterías donde elaboran embutidos tradicionales como por ejemplo el ‘Pa de fetge’ al que dedicaremos una entrada especial porque Loreal lo vale pero el ‘Pa de fetge’ lo vale mucho más. Para terminar la jornada, y si tenemos la suerte de estar bajo cero (para las pocas veces que la vida me permite gozar de los Pirineos me gusta que haya nieve y ambiente montañero) nos podemos apuntar a la extendidísima costumbre local de zascarnos un chocolate a la taza bien caliente entre pecho y espalda. Hay multitud de chocolaterías y es frecuente encontrarnos paseantes con el vaso de chocolate en la mano. Yo me pedí un suizo, con su nata incorporada porque … bien… bah, no creo que necesite mucha más justificación salvo las disculpas a Joan, mi dietista, por haberle causado una úlcera. Soy muy mal cliente, Joan. Artículo de Òscar Gómez (starbase) blogger en decuina.net