La nevera que navegó y se convirtió en submarino
A mediados del s. XIX el hombre consiguió domesticar el frío. Una buena frase para empezar. Ya lo decía el director de cine Cecil B. De Mille: las pelis tienen que empezar como un trueno e ir subiendo el tono. Los posts, también. Hasta ese momento, el transporte de mercancías se veía seriamente limitado y se tenían que usar medios de conservación ‘agresivos’ que cambiaban las características organolépticas de los productos. El método que nos acompaña desde tiempos inmemoriales es usar sal para conservar los alimentos. A pesar de que el ingenioso SapiensSapiens se ha currado también otras alternativas como son los ahumados, los encurtidos, la cocción, el confitado, la fermentación (quesos y yogures)… Multitud de técnicas que conservan, de acuerdo, pero a la vez modifican el producto original. Atención, que esto no es ningún pecado original que nos condene a los infiernos de la pureza culinaria. ¡Precisamente cocinar es transformar! Pero a la humanidad le hacía falta una forma de conserva que permitiera el transporte masivo de alimentos y a la vez que no afectara los productos. Gracias una vez más a uno de nuestros primos norteños, Ferdinand Carré, en 1858 y mediante trabajos con éter metílico y trimetilamina, llegaron al mercado las primeras neveras, preferentemente destinadas al enfriamiento de bebidas. Las neveras permitían mantener los alimentos frescos durante más tiempo, y cómo es habitual en la historia estos prodigios de la técnica se aplicaron inicialmente en casa de los más ricos. Hasta la llegada de la cultura del consumo masivo, las novedades técnicas empezaban por las clases altas y con el paso de las décadas se democratizaban un poco. Ahora que la máquina económica necesita combustible a puñados llega todo más o menos a la vez. La diferencia atañe más bien a un tema de pulgadas o de ver quién la tiene más grande. De vuelta al camino, no sé qué pensaría Cecil de mis paseadas argumentales... Mediante estos trabajos previos de Ferdinand Carré, el también francés Charles Tellier fue capaz de construir una planta refrigeradora con compresores de éter metílico instalada en un barco de carga. Aquí empieza de verdad nuestra historia marítima, fresca y naviera. Y permitidme un segundo inciso… ¿Por qué hubo una época de la humanidad en la que todos los hombres parecían Papá Noel? Tellier en 1869 organizó la primera gran expedición marítima de transporte refrigerado de alimentos. Todo un visionario que, como otros muchos como él, fracasó en su primera aventura: los alimentos llegaron estropeados porque no fue capaz de mantener suficientemente baja la temperatura de las bodegas. La carencia de potencia, que es muy chunga. Cómo que no sólo era francés –esto ya da pistas sobre el talante del personaje, heh!– sino que además era obstinado, en 1876 volvió a organizar una expedición transatlántica con un barco de 66 metros de eslora y 500 toneladas de capacidad. Contaba con motores que le permitían llegar a una velocidad de 8 nudos y también con tres mástiles por si se necesitaba la navegación a vela. Que nunca se sabe y los dioses de la mecánica son juguetones. Pero lo más importante de este barco era que fue el primero construido por el hombre y aislado térmicamente mediante una capa de corcho. Y aquí está la revolucionaria mejora que supuso la diferencia entre el éxito y el fracaso para el obstinado Tellier: ¡Una capa de corcho! Consciente que la carencia de aislamiento hizo fracasar la primera expedición, Tellier construyó este segundo barco con la bodega convenientemente aislada y con una potente planta de creación de frío incorporada. Ya lo tenía todo, y este Jules Verne del transporte comestible ensartó con determinación la proa hacia la historia. Por cierto, dejadme decir que el nombre del barco era…. Le FRIGORIFIQUE. La intención de Tellier era aprovechar el bajo precio de la carne en Argentina y Uruguay para establecer una ruta de importación de la misma hacia Europa y hacerse rico. A esto algunos le llaman especular y otros, comerciar. Supongo que la diferencia depende de si te haces poco rico, muy rico o riquísimo. Y de si al final las ganancias las pones en la declaración de hacienda o las acabas guardando en sobres bajo la almohada. El 25 de Diciembre de 1876 el Frigorifique llegó al puerto de Buenos Aires procedente de Francia. Cargado con 25 toneladas de carne y productos vegetales franceses en buen estado. Es decir, apto para el comercio y las ganancias. Esto significó el comienzo de la era frigorífica en el transporte y también el comienzo del tránsito de carne desde Sudamérica hacia nuestras mesas. Pero si la historia de Charles Tellier acaba aquí (no se hizo rico el pobre, los que sí lo hicieron fueron los estados de Argentina y Uruguay. Por eso le otorgaron una renta vitalicia al bueno de Charles) la historia del Frigorifique, este pionero mecánico, continuó a pesar de que desgraciadamente no consiguió ser muy larga. Corría el año 1884, el Frigorifique navegaba con rumbo al puerto de Renau en medio de una niebla muy y muy espesa. El capitán Raoul Lambert usaba la sirena de posición regularmente y sentía también la sirena de otro barco cercano que no conseguía ubicar. Finalmente, y a pesar de las precauciones, el Rumney, un proletario barco destinado al transporte de carbón proveniente de la también proletaria Cardiff apareció en medio de la niebla y embistió sin contemplaciones al desafortunado Frigorifique. Con una importante vía de agua abierta a estribor, capitán y tripulación corrieron a abandonar el barco y subir a bordo del Rumney desolados. Mientras se alejaban vieron desaparecer el Frigorifique dentro de la niebla. ¡Cobardes, él no lo haría!! Transcurridos unos minutos, un vigía dio de nuevo la alarma de colisión y ante sus pupilas sorprendidas volvió a aparecer... ¡Le Frigorifique! Envuelto entre la bruma parecía buscar venganza de aquellos que lo habían abandonado. Hábilmente el timonel maniobró y consiguió esquivarlo... una vez. Porque si Charles Tellier era cabezudo más todavía lo era su hijo de hierro fundido y corcho. Un rato después, de nuevo surgiendo como un espectro metálico y justiciero, volvió a aparecer para colisionar con ellos. No me diréis que esta máquina no demostraba un punto de carácter, ¿verdad? Esta segunda vez no pudieron evitar la colisión, así que acabaron todos a bordo de dos botes salvavidas mirando cómo se hundían los dos barcos en un lento chup-chup de mar salada. Ante la insistencia y curiosidad del capitán Lambert, todavía tuvieron tiempo y ánimo de subir un instante al Frigorifique donde comprendieron que con las prisas por abandonar el barco habían dejado los motores encendidos a dos nudos y el timón totalmente girado y bloqueado a estribor. Le Frigorifique navegaba en círculos mientras se hundía lentamente. Un final obstinado para un nacimiento obstinado: la idea de transportar en buenas condiciones alimentos frescos a través de los mares y océanos. Una buena y lucrativa idea que abrió mercados y quizás también provocó la utilización masiva de cantidades ingentes de territorio de ultramar a la producción de proteína con destino a la exportación de la industrial Europa. Mientras los habitantes locales pasaban incluso hambre. Pero esto ya sería tema para otra día… ¿no creéis?