Albert Adrià y Andreu Genestra, una inédita constelación en el cielo de Mallorca
A las 20:00 h., en la azotea del Hotel Es Princep, el horizonte, fundido entre tejados pintorescos y un Mediterráneo infinito, nos enseñaba su mejor paleta de colores. La música en directo acompañaba la escena como si, después de subir en el ascensor hasta el piso número 5, se abriera una puerta al paraíso.
La bienvenida a esta fiesta gastronómica sin precedentes en la isla nos la dio una Rosa blanca, uno de los míticos snacks de Tickets, esta vez versionada con los aromas de la cerveza que hizo posible que los astros se alinearan en Palma. Y, con ella en la mano, entramos en una especie de limbo. La música en directo sonaba como si formáramos parte de una película de única emisión, como si los aperitivos, el maridaje, el ambiente, los instrumentos y el entorno hubiesen estado siempre listos para encontrarse justo allí, en ese preciso instante, con el objetivo de sacudir nuestros sentidos de una manera sublime.
Desconozco si el atardecer mágico, que se escurría lento entre rosetones como si no quisiera perderse las vistas a una inédita constelación de estrellas -5 Michelin entre ambos chefs-, también había sido convocado con la precisión de los que saben hacer las cosas bien. Allí todo fluía en una cadena de eslabones perfectamente engranados que dio como resultado el goce y disfrute de más de 60 comensales. Y eso es precisamente lo que quería Albert Adrià: divertir.
Los aperitivos pintaron nuestros paladares de más de 13 colores: Oliva de Tickets, Rosa blanca, Espárrago tronco, Niguiri de caballa, Mollete trufado, Bogavante con grasa de chuletón, Airbaguete de jamón, Causa frita de pollo con estragón, Erizo, Mejillón en escabeche de laurel, Puerro de gamba, Espardenya de porc negre y Calamar de Azafrán.
Y, con el último bocado de esta primera parte del espectáculo, cayó la noche y la incipiente oscuridad nos preparó para la parte más íntima y acogedora de la velada en el Restaurante Bala Roja. Allí sentados, con los antebrazos sobre las elegantes mesas de manteles blancos e iluminación cálida, disfrutamos de los últimos pasos del menú.
Albert Adriá tenía reservada una traca final en forma de Caviar de suero de yogur, Pizza de aguacate con cangrejo real —realmente sublime— y helado de sobrasada y miel. El helado, servido en un cuenco junto con miel de la isla y unas ligeras tostas, rindió homenaje a las clásicas meriendas que preparaban —y aún preparan— las abuelas mallorquinas a sus nietos, pero en una versión más contemporánea.
Por su parte, Andreu Genestra siguió con los fuegos artificiales, esos que cuando se desgranan en el cielo siempre van acompañados de un ‘ooooh’ al unísono. Carrillera de atún y cerezas, Pichón ‘Miró’ y Sésamo, albaricoque y alcaravea.
Al finalizar este afinado concierto gastronómico, los chefs y sus equipos salieron a saludar entre interminables aplausos para agradecer y ser agradecidos por la formidable manera en la que sonó la noche. La Noche, así en mayúsculas porque, probablemente, no tendremos la oportunidad de volver a escuchar semejante sinfonía en un entorno tan fascinante.
Y así, entre ‘Puros’ comestibles y unos Petit four que homenajeaban los sabores dulces de Mallorca, me retiré la servilleta de las rodillas y me levanté de la mesa recordando una melodía que ya se ha convertido en hit y que, probablemente, tararearé muchas veces en mi memoria.
© Fotos Jaime Collazos