Un paseo gastronómico por el barrio del Raval
Quería empezar recordando cuando hacían las obras del CCCB y podías dejar el coche en el solar de enfrente –te lo miraba por veinte duros un chico con mala vida y buena cara– donde hoy hay las facultades de Geografía, Historia y Filosofía de la UB. Quería explicar lo que entonces se explicaba, que poner equipamientos culturales y universidades en el barrio barcelonés del Raval era la mejor manera de reformar el barrio, recuperar el centro de la ciudad y hacer impulso social. Quería también recordar la primera vez que el añorado Llorenç Torrado me llevó por callejones oscuros y estrechos para hacer una cena iniciática en el mítico Leopoldo, del cual tanto había leído a Montalbán y que continúa fiel al recuerdo de Carvalho. Quería decir que muy cerca, en la Rambla que ahora abre el Raval al sol, ante el gato de Botero, el Suculent es una casa de comidas que merece la visita sí o sí, y que estos equipamientos son tan valiosos para el barrio como los museos. Quería añadir que en esta función y compromiso se supera el Bar Cañete, que en poco tiempo se ha ganado el prestigio y la clientela de la ciudad, y aprovechar para anunciar que Josep Maria Parrado, encantador responsable del invento, ha conseguido hacer quedar más tiempo en Barcelona el grandísimo Josep Maria Masó para dirigir los fogones de esta barra de tapas de categoría de la calle Unió y el nuevo bistrot adjunto con mesas, mantel y reservado.