¿Qué tienen de especial los melones de Villaconejos?
Al melón le solemos llamar fruta, aunque en realidad es una hortaliza de la misma familia que el pepino, la calabaza o el calabacín. España es el mayor consumidor de melones de Europa con 10,5 kilos per cápita al año y es el tercer productor mundial, con un millón de toneladas, detrás de China e Irán. Uno de los mayores responsables de todo esto es sin ninguna duda el melón de Villaconejos, un producto catalogado de Alta Calidad Gastronómica y que se cultiva en la Comunidad de Madrid.
El melón (Cucumis melo) es una planta herbácea de tallos rastreros y, actualmente, existen más de 800 variedades en el mundo. Según las características de la corteza, del color de la pulpa, del tamaño o la forma, pueden agruparse en tres tipos básicos (verde, cantalupo y amarillo).
El melón verde engloba las variedades piel de sapo, rochel y tendral.
-El piel de sapo es uno de los más consumidos en España. Su carne es amarillenta, compacta y crujiente. Y su sabor dulce, aromático, refrescante y con mucha agua. Es de forma alargada y suele pesar entre 1,5 y 2 kilos.
-El tendral es muy similar en la forma, pero su cultivo es más tardío. La variedad de melón más famoso de Villaconejos es el verde que se cuelga y se conserva muchos meses.
Los melones de Villaconejos son fruto de las fértiles tierras de la Comarca de Las Vegas, una zona de suaves paisajes y huertas regadas por el Tajo y sus afluentes Jarama y Tajuña, situada al sureste de la Comunidad madrileña en la comarca de Las Vegas y pegado a villas tan turísticas como Chinchón o Aranjuez, con una marcada tradición agrícola. Aquí no hay cacería de conejos (nombre que se le dio al pueblo por su abundante caza), sino un encuentro excepcional con una de las frutas más jugosas y dulces que existen en el mundo. La crianza de los melones ocupó al pueblo durante siglos como principal labor. Actualmente la labor de comercialización del melón a nivel nacional e internacional, es una de las principales actividades económicas del municipio.
Un poco de historia
El origen del melón parece situarse en el sur de Asia, concretamente en Irán. Se extendió a Egipto, las culturas griega y romana lo hicieron muy popular y fue Cristóbal Colón quien lo introdujo en América. En aquella época el tamaño del melón era como el de una naranja, pero a lo largo de los siglos se expandió tanto en tamaño como en tipo.
Cuenta la leyenda que fue un soldado quien llevó a Villaconejos, de retorno desde tierras africanas, las primeras semillas envueltas en una tela hacia 1900. Cierta o no, los melones de Villaconejos llevan cultivándose muchísimo tiempo y son famosos desde hace siglos (ya eran conocidos por su fama a finales del siglo XVI y principios del XVII, como se menciona en el libro Historia de Madrid, de Federico Bravo Morata).
La fama se justifica porque su pepita es de una calidad excepcional, de primera generación, sin hibridar y que se siente formidablemente aclimatada en ese microclima de la comarca de las Vegas. Altas temperaturas durante el día y frío por la noche, el clima propio de la meseta central. Eso origina que la mata se proteja absorbiendo toda la mineralización de la tierra. Así pues, de día absorbe mucho azúcar y por la noche respira. Es esencial que la tierra no sea de huerta, sino que ha de tener mucho guijarro y piedras. Y todas esas condiciones se dan en Villaconejos, un pueblo pobre que vio primero su cultivo en secano (cosecha a primeros de septiembre), con una mayor calidad en el sabor y, más adelante, ya con los regadíos y los invernaderos, adelantando la producción para que se puedan consumir en julio y agosto. El pueblo se volcó en su cultivo porque empezaron a ver en ello un rendimiento económico. Así empezaron a transmitir el conocimiento del melón a las siguientes generaciones, de tal manera que a principios del siglo XX ya era un producto muy demandado.
Esta simiente era la llamada de melón negro, único en el mundo que dio renombre a la villa y su historia se cuenta en el Museo del Melón, ubicado en esta localidad. Esta variedad ha desaparecido y las que ahora se venden con el sello de Villaconejos son piel de sapo (tipo Sancho) y mochuelo, esta última una delicia que se paga a precio de oro porque la producción es muy pequeña.
Son los más dulces y jugosos de cuantos se cultivan hoy en día (confirmado por un estudio desarrollado por el Instituto Madrileño de Investigación y Desarrollo Rural, Agrícola y Alimentario), con propiedades nutritivas muy valiosas, como su alto contenido en ácido ascórbico o vitamina C, y en betacaroteno, precursor de la vitamina A. Los investigadores del IMIDRA estudian y conservan las decenas de variedades de melón que existen en España.
Entre las variedades que crecen en las 750 hectáreas dedicadas a su cultivo, destacan la de mochuelo puchero, largo negro y, sobre todo, la de piel de sapo. La cuidadosa selección de semillas es una de las claves de su calidad. Plantadas entre abril y mayo, la recolección se hace en agosto y septiembre. Actualmente, su producción es de unas 65.000 toneladas, a lo que ha contribuido la introducción de técnicas agrícolas como la cobertura de plástico o el riego por goteo.
Muchos melones presumen en su etiquetado de ser «auténticos» de Villaconejos. Pero lo cierto es que los autóctonos, los que consiguieron dar fama mundial y beneficio económico al lugar, no son tantos. Solo la Sociedad Cooperativa del Campo de Villaconejos comercializa 20.000 toneladas de esta fruta al año, a las que habría que sumar las que ponen en el mercado la docena de almacenes que existen en este municipio del sur de la Comunidad de Madrid. Pero según datos del Ministerio de Agricultura y Pesca, de las 692.056 toneladas de melones que se producen en España, sólo 5.160 corresponden a la Comunidad de Madrid. Poco a poco este pueblo de 3.350 habitantes ha pasado de ser productor a comercializador y ha empezado a trabajar especies que son más rentables. Un hecho que empezó a gestarse tras el boom experimentado hace 20 años. Actualmente, esta industria genera 300 puestos de trabajo en el pueblo, pero fundamentalmente están relacionados con la logística.
Por ello, desde finales de octubre hasta finales de marzo o principios de abril, se traen melones de Brasil al municipio, donde son manufacturados. A partir de esa fecha empiezan a venir procedentes de Senegal, Almería y Murcia. En julio empiezan a trabajar con producto de Castilla-La Mancha y otros pueblos de Madrid, como Villamanrique y Tembleque.
La escasa producción de melón autóctono responde a la falta de rentabilidad que supone sembrarlo. Villaconejos ha optado mayoritariamente por el cultivo de un melón híbrido. Una hectárea de terreno puede dar hasta 50 toneladas de este tipo, que es más alargado, más resistente, con más peso pero peor sabor. En cambio, en ese mismo terreno salen entre 12 y 15 autóctonos y el producto lo pagan al mismo precio, por lo que en este caso muchas veces no llegan a cubrirse ni siquiera los costes de producción.
El Museo del Melón
El Museo del Melón de Villaconejos fue inaugurado en 2003 gracias al empeño de los vecinos, en especial de Fernando Agudo, (hoy frutero, con un magnífico puesto en el Mercado de Chamartín), que fue el principal impulsor y nieto del soldado de la leyenda, con quien la visita resulta muy didáctica paseando por las distintas salas. En la visita guiada (gratuita, reservas: tel. 918 938 314) relata cómo ha desaparecido esta variedad y que las que ahora se venden con el sello de Villaconejos son los citados piel de sapo (tipo Sancho) y mochuelo.
En este Museo del Melón, además de conocer la historia o leyenda del soldado, se puede recorrer todo el proceso de este fruto, desde la plantación a la venta, herramientas que se han usado a través del tiempo, utensilios y aperos de labranza propios del melonero, algunos mejorados con ingeniosos inventos para hacer más efectiva y liviana la labor; conservación de las semillas, fotografías de los antiguos portadores de este fruto que se hacía a lomos de asnos o burros, pasando meses fuera de casa refugiados en precarias chozas para realizar la siembra que era una tarea dura en la que participaban hasta los niños echando las semillas en los hoyos de la tierra. Y cómo una vez recogidos los melones, los vecinos de Villaconejos, con el carro cargado, salían a venderlos a los puestos de los diferentes barrios de Madrid.
Arretestinao, pepino o vinao
Lo que sí sigue existiendo, sobre todo entre los meloneros y los amantes de melón, es un lenguaje muy peculiar. Y en el Museo del Melón de Villaconejos se ha reproducido un curioso vocabulario que define sabores y estados del melón: pasao, muy maduro; vinao, con exceso de azúcar que hace que se fermente y sepa a vino; arretestinao, carne apretada y con sabor a pipa; pepino, sin madurar, verde; encalao, la carne tiene huecos; acorchao, sin madurar por haberse cortado antes de tiempo…
Para distinguir el auténtico melón de Villaconejos y que al consumidor no le den gato por liebre, los agricultores de la zona revelan una serie de claves. La primera tiene que ver con el peso. El madrileño es de menor tamaño: cuenta con unos dos kilos y medio, aproximadamente un kilo menos que el híbrido. Tiene mucha agua y muy poca corteza. Otra diferencia a simple vista es el color. Es más oscuro y tiene muy poca raya. La pista definitiva tiene que ver con la temporada. El autóctono se empieza a recoger a finales de agosto (sapo y mochuelo) y los últimos que se recogen (el azul) aguantan hasta diciembre.
La Fiesta del Melón se celebra el 12 de octubre y tiene su origen en la celebración por el regreso al pueblo de los meloneros tras pasar la temporada después de medio año cuidando de sus cultivos en tierras manchegas y extremeñas. Son cuatro días con pasacalles, música, actividades para niños y una degustación popular ofrecida por la Asociación de Mujeres de la localidad.
Aunque no siempre podamos tener la oportunidad de visitar Villaconejos en la temporada en la que poder comer este melón, que aunque sin denominación de origen goza de muchísima fama, hay que tener en cuenta que el melón es ideal como postre, aunque también puede tomarse en sopa y acompañado de alimentos salados como jamón, queso o, incluso, marisco.
Su valor calórico es de sólo 28 kcal por 100 g. Es ideal para dietas bajas en contenido energético, ya que contiene mucha agua (90-95%) y una cantidad de azúcares inferior a la mayoría de las frutas (6%). Es destacable su aporte de vitamina C, ácido fólico y minerales como potasio, fósforo y magnesio. En resumen, un alimento muy muy saludable.