Cómo preparar un brunch con éxito sin morir en el intento
El brunch, bendito invento. Es la excusa perfecta para levantarte con resaca, tarde, y mezclar sin pudor un café con leche y tu bollo preferido, con unas tostadas con tomate y aceite y, por ejemplo, unos huevos revueltos. Lo que te pida el cuerpo. Si te apetece pastrami, también es bienvenido. Aunque lo suyo es hacerlo con amigos y, lógicamente, en fin de semana.
Porque el brunch (aunque a estas alturas sobran las presentaciones) es la mezcla de desayuno y comida. Su propio nombre lo indica: breakfast + lunch = brunch. Así que después, dependiendo de cómo se dé la cosa, puedes culminar la jornada con un cóctel. O empezar la tarde. Todo depende…
Lo mejor es que un brunch no requiere mucha complicación. Sus recetas son rápidas y sencillas. A veces tanto, como disponer los alimentos en plan bufete y que los invitados los combinen a su gusto. Aunque tampoco pasará nada si nos lo curramos un poquito… La hora de convocatoria más agradecida oscila entre las doce y la una, pero como la filosofía del brunch pasa por el take it easy, si tú invitas, tú decides. Lo que sí debes tener en cuenta es que hay un mínimo de cosas que no pueden faltar.
A saber:
- HUEVOS: Fritos, revueltos, en tortilla, cocidos… Sin ellos no hay brunch. Los que se consideran más típicos en estas ceremonias son los huevos estilo ‘benedict’ (en la imagen). Esto es: un muffin inglés (un pan redondo) abierto en dos mitades y sobre cada una de ellas, una loncha de jamón cocido, bacon o pastrami, un huevo escalfado y salsa holandesa (mantequilla, zumo de limón, yemas de huevos, sal, pimienta blanca y los más atrevidos pueden probar con polvo de cayena).
Si no te quieres complicar la vida, será suficiente con un generoso revuelto de quesos, que (casi) nunca falla. En Inglaterra y EE.UU. son habituales los huevos revueltos con bacon y, en menor medida, una variante italiana de la tortilla rellena de carne y verduras al gusto, llamada frittata.
- PAN: Otro imprescindible en lo que a brunch se refiere. Debe haber mucho y variado: blanco, de centeno, de cereales, con sésamo, integral, tostado, en picatostes… En la variedad está el gusto, así que no te cortes.
- FRUTA: Deliciosa, ligera y sana, y más se si disfruta con la primera comida del día. Lógicamente, la de temporada estará mejor, pero seguro que nadie dirá nada si haces tu propia selección. Con la presentación, ídem: puedes servirla sola, en macedonia, en ensaladas, zumo o como se te pase por la cabeza. Y el tomate rallado con aceite de oliva virgen extra y sal, importante.
- VERDURAS: También. Entran bien a cualquier hora y las ensaladas combinan prácticamente con todo. Aunque no es la única opción: cocinadas al horno o la plancha y combinadas con queso en quiche, crêpes, pancakes o tortilla están deliciosas.
- LO DULCE: Que tampoco falte. Imprescindible el croissant, y se agradecerá si va acompañado de otro tipo de bollos y hojaldres: napolitanas, caracolas, palmeras... También gofres y tortitas (un truco para las segundas: quedarán más esponjosas si se sustituye parte de la leche por yogurt, y los más osados pueden probar con harinas menos comunes, como la de castaña), que se pueden combinar con siropes de todos los sabores, chocolate, mermeladas de sabores y miel, y también con productos salados. Por supuesto, pasteles y tartas serán bienvenidos.
- Y LO SALADO: Quesos y embutidos sin cortarse, salchichas, bacon, hamburguesas, ahumados, carpaccios, patés, foie… Una receta muy simple y habitual en los países anglosajones son los hash browns, que no son más que trozos de patata cortada en juliana, tiras o cuadrados pequeños, y fritos como para hacer tortilla.
- PARA DARLE EL PUNTO: Aceite de oliva, sal, vinagre, mantequilla, pimienta, hierbas aromáticas, sacarina y azúcar blanco y moreno.
- LOS LÍQUIDOS ELEMENTOS: Agua, infusiones, café, leche, zumos naturales, cerveza, vino, cava o champán y cócteles. Porque el brunch, ya se sabe, permite mezclar de todo…
Las distintas teorías sitúan los orígenes del brunch a finales del siglo XIX, pero divergen sobre si sus padres son los británicos o los estadounidenses. Los defensores de los primeros alegan que fue la revista de época Punch la que usó por primera vez el término, en una información sobre los sirvientes de la alta sociedad inglesa. Quienes creen en sus raíces americanas defienden que el brunch nació en las zonas rurales de EE.UU., donde los granjeros tomaban un buen aperitivo a media mañana, y que más tarde acuñó el término el periodista Guy Beringer en el semanario Hunter’s Weekly.
Casualmente, ambas publicaciones tuvieron lugar a finales del siglo XIX. En cualquier caso, el brunch es un producto anglosajón (de ahí que en su recetario se incluyan costumbres propias del sur de Estados Unidos, como la de tomar gofres con pollo frito, o los típicos beans ingleses) que ha conseguido hacer mercado en España. En pocos años, ha pasado de ser ese gran desconocido al último vicio de foodies de todos los paladares. Pero su mayor atractivo es que organizarlo en casa es rápido y fácil, y sobre todo permite deleitarse con guarradas como bacon bañado con sirope de arce. Delicioso, en serio.