¿Por qué la patata vale su peso en oro?
Perú regaló al mundo la patata. La crisis ha hecho incrementar su ingesta porque lo tiene todo. Barata, sufrida, fácil de cocinar y combinar, dispuesta a acompañar cualquier plato... ¿Acaso conocéis a alguien a quien no le guste? Preguntad a la Europa septentrional y húmeda (hoy rica, de acuerdo, incluso quizás un poco arrogante gracias al bienestar en el que viven instalados por haber sabido tener la cabeza más fría) qué hubieran comido durante tantos años sin el precioso tubérculo. Precioso, mucho más que todo el oro y la plata que los conquistadores trajeron del Nuevo Mundo. La patata es lo que valía de verdad un Potosí. Había permitido construir toda una civilización a lo largo de los Andes que tenía el ombligo en el precioso valle del Cusco y se alimentaba de diferentes formas de papa como el chuno. También comía maíz –mote, cancha, tanta…– y lo bebía convertido en una especie de cerveza, la chicha de jora, tras haberla ofrecido a la Pachamama como aún se puede hacer hoy. Infinitas variedades de patatas, maíz, quinoa…, además de los pimientos para aliñar y otros vegetales, fueron la base agrícola de este sistema alimentario precolombino. Y es que alrededor de los núcleos de neolitización generados por las principales fuentes de hidratos de carbono cultivadas se han construido culturas y tradiciones culinarias que, cuando se han sabido enriquecer, se han convertido en las más importantes del mundo Texto de Toni Massanés publicado originalmente en el suplemento QuèFem? de La Vanguardia