Entrar en Casa Jaguar es como entrar en el armario que lleva a Narnia y descubrir un pequeño oasis que te hace desconectar del bullicio de la capital; y más donde está ubicado, a escasos metros de la plaza de Ópera. Suena música tranquila y relajada en inglés, de esas que podrías estar escuchando toda la tarde mientras lees un libro o juegas a alguno de los muchos juegos de mesa con los que ellos mismos cuentan. Se ven en una estantería nada más entrar y puedes coger uno mientras disfrutas de sus cócteles, de la espléndida limonada de jengibre que preparan al momento, de sus aguas de frutas o de alguna de sus muchas cervezas. Banderolas de colores como las de la fiesta de los muertos, sillas de ratán, una luz tenue y hasta una máquina antigua para jugar al "Super Pangcab" serán los compañeros de partida de este restaurante de alma latinoamericana.
Lo puso en marcha uno de los antiguos socios del Camoatí de La Latina, junto con dos amigos, que quisieron unir en un mismo concepto las gastronomías más populares del otro lado del charco. Así, en la carta aparecen tacos y guacamoles mexicanos pero también arepas venezolanas, una milanesa y una bondiola de cerdo provenientes de Argentina, coxinhas y bobo de camarón desde Brasil o el ceviche y la jalea peruanos. Desde la cocina, Delfina oficia con buen hacer y no le tiembla el gusto al cambiar de país porque además se nota que tiene tablas, técnica y sensibilidad. No se esperen nada refinado, en cambio, hablamos de una casa de comidas de mesa de madera con mantel de papel pero donde se come bien y diferente, algo que se agradece mucho en estos tiempos que corren en los que vemos cartas clónicas sin alma ni gracia.
Casa Jaguar, la tiene. Al menos en lo que yo probé en mi visita. Dentro de toda su informalidad, me atendió una camarera encantadora que apostó por sus tres platos favoritos sin titubear y sin acercarse al “todo esta bueno” que tan nocivo me parece cuando se pide una recomendación. Y acertó. Acertó ya desde que me dijo que la limonada de jengibre estaba muy buena y no subida de azúcar, porque la prepara al instante; y después constaté también que lo hizo en todo lo demás. Vi cariño en las preparaciones, nada estaba por casualidad sino con todo un sentido.
Platos de aquí y de allá muy bien preparados
Para empezar, muy rica la arepa de reina pepiada, jugosa y cremosa a su vez con una masa casera hecha, curiosamente, con maíz amarillo en lugar de maíz blanco. Quedaba crujiente por fuera y tierna por dentro, con su pollo, su mayonesa, su aguacate y su cebolla, ni más ni menos que lo que lleva la arepa más popular de las calles venezolanas pese a su reciente creación.
Después, aunque me apetecía mucho la jalea peruana de pulpo, camarón y pescado frito o la las coxinhas de corvina, esas patatas rellenas fritas a modo de croquetas populares en Brasil, acepté la recomendación del plátano macho asado relleno de queso mascarpone y queso oaxaca, con pico de gallo y una gustosísima crema de cilantro. Un plato contundente pero riquísimo, con el plátano tierno y sus matices dulces, el queso en su punto, el toque ácido que refrescaba y las hierbas que hacían que se quisiera seguir comiendo más. Perfecto para compartir y, además, diferente, singular, propio de la casa.
Para terminar, la duda me invitaba a pedir la corvina con mantequilla de maracuyá pero al final me decanté por el bobo de camarones, un guiso de langostinos con salsa de coco, tomate y especias, muy similar a la moqueca, con los crustáceos de punto perfecto, cocinados pero no en exceso, con un ligero toque dulce y el acompañamiento de un buen arroz verde suelto al que quizás le subiría un poco más la potencia de la sazón, además de unos chifles de plátano, pico de gallo, hierbas y yuca cocida. Platos que comes y disfrutas, lejos de cualquier pretensión, diciendo: ¡qué bien!
Con el último plato y el postre me atreví con el agua de maracuyá, igualmente riquísima, ácida en potencia y con un dulce muy controlado, ideal para acompañar la potente tarta de chocolate que resulta un postre excelente. Cremosa, nada pesada. Acompañada de unos gajos de ciruela (¡fruta sí, gracias!) y un poco de jugo de maracuyá. Cambiaría en cambio el helado que venía al lado, buscando alguno de sabor más natural. A todo esto, hay que apostillar que los precios son dulces para las raciones generosas que se sirven, que todo es justo mencionarlo. Me quedo con ganas de más de este sitio ideal para ir con amigos, en modo informal, a pasar un buen rato y comer cosas distintas preparadas con cariño.