Comida orgánica, ingrediente de una vida más sana
Desde hace unos años se está notando en todos los países occidentales una creciente tendencia por intentar llevar una vida más sana y menos sedentaria. De ahí el aumento de practicantes de deportes, como correr, ir en bicicleta o la natación, entre otros. Paralelamente, se ha producido también una fuerte implicación de muchos ciudadanos en campañas de reducción de la contaminación ambiental y de mantenimiento de la limpieza en la naturaleza a su alcance, ya se trate de bosques, ríos o litoral marítimo.
Otro aspecto no menos importante que los anteriores en el que se pone de manifiesto esta tendencia es el de la alimentación. Cada vez hay más y más gente preocupada por comer sano. Tanto es así que, en nuestro país, ya hay muchas tiendas, mercados y restaurantes que no sólo apuestan por la calidad de los productos sino también por su proximidad. Y, conscientes del interés de muchos consumidores, lo dejan bien patente en etiquetados, aparadores o cartas de restaurantes.
Los beneficios de comer sano son tan claros que incluso la Dieta Mediterránea forma parte del Patrimonio Cultural Inmaterial de la UNESCO. Y, entre otras cosas, elemento básico de esa Dieta es seguir un patrón alimentario que utiliza ingredientes de la agricultura y ganadería local, cocinados según la manera propia de cada lugar, es decir, calidad, proximidad y sabiduría ancestral.
Alimentos orgánicos
Uno de los sectores emergentes dentro de esta tendencia por la vida y la comida sana es el de los alimentos orgánicos. No obstante, hay una cierta confusión entre muchos consumidores acerca las diferencias que pueden existir entre un alimento común y su equivalente orgánico.
Las características principales de la comida orgánica son que no contiene aditivos químicos de ningún tipo, no ha sido modificada artificialmente ni ha sufrido manipulaciones para favorecer su crecimiento u obtener mayor producción.
Si hablamos de frutas, verduras u hortalizas, no han de haber sido tratadas con pesticidas ni herbicidas artificiales, ni abonadas con fertilizantes no naturales y por supuesto no haber sufrido manipulaciones genéticas como las transgénicas.
Los animales han de haber sido criados en condiciones naturales, con acceso a espacios al aire libre y no haber sido tratados con hormonas ni antibióticos ni sus derivados.
Si nos detenemos a analizar las condiciones anteriores, no tardaremos demasiado en percatarnos de que se trata, ni más ni menos, que de cultivar o criar los alimentos de la forma en que se había venido haciendo tradicionalmente en nuestro país (al igual que en la mayoría de países del mundo) hasta que las multinacionales, los mercados de futuros y demás especuladores decidieron obtener también el máximo beneficio posible en el sector de la alimentación sin atender a otras razones que su enriquecimiento.
En resumen, que una gran mayoría de productos de proximidad en nuestro país, aunque no estén etiquetados especialmente como orgánicos, cumplen todas o buena parte de las condiciones exigidas para serlo.
Ventajas e inconvenientes
Son abundantes las ventajas que los alimentos orgánicos tienen para nuestro organismo. La ausencia en ellos de residuos químicos los convierten en más nutritivos y saludables, aportando una mayor cantidad de minerales y de vitaminas naturales. Además, al ingerirlos, nuestro cuerpo no absorbe con ellos hormonas, residuos de antibióticos ni otros productos que pueden acabar siendo perjudiciales para la salud.
También, según algunos estudios, los alimentos orgánicos de procedencia vegetal contienen niveles más elevados de antioxidantes que los de producción industrial. Los antioxidantes son considerados muy beneficiosos en la prevención de algunos tipos de cáncer así como en el proceso de crecimiento de los niños.
Al mismo tiempo, el cultivo o producción de los alimentos orgánicos es mucho más respetuoso con el medio ambiente, ya que no contamina el aire ni los acuíferos y también lo es con la salud de las personas que intervienen directamente en el proceso.
Otra ventaja que tal vez no afecta directamente a la salud pero si al placer de consumirlos es el sabor. Los alimentos orgánicos tienen siempre un sabor claramente superior a los que no lo son. Porqué, ¿sabe igual una lechuga o unos tomates comprados en los payeses de cualquiera de los mercados de alguna población de Cataluña que los adquiridos en un supermercado, especialmente si son envasados? ¿O un embutido o carne de ternera certificada del Pirineo que la que compramos en alguna tienda de las grandes ciudades? Y aunque ningún científico lo afirmaría, muchos estamos convencidos que si un alimento nos gusta, lo saboreamos y lo disfrutamos, acaba sentando mucho mejor a nuestro cuerpo. Este principio es una de las bases del movimiento slow-food, que promueve la comida de proximidad e ingerida de manera tranquila.
El propio proceso saludable de su elaboración se convierte, paradójicamente, en uno de los inconvenientes de estos alimentos. Al no utilizar ningún producto artificial, el crecimiento de los productos vegetales o el engorde de los animales es más lento, requiere mucha más dedicación por parte del personal a su cargo y, al finalizar, la producción siempre es menor que la que se obtendría mediante métodos no orgánicos. Todo ello repercute en el precio final del producto, que es siempre mayor en el caso de los alimentos orgánicos. Pero, todo aquel que sea consciente de ello y pueda permitirse este ligero sobrecoste, debe plantearse si vale la pena pagarlo para consumir alimentos más nutritivos y que no contienen productos químicos potencialmente nocivos.
Otra dificultad, en este caso logística, es la falta de garantías que muchas veces tenemos para saber si un producto es orgánico, ya que no existe una norma general que identifique a estos alimentos. Por ello, en la mayoría de ocasiones debemos confiar en las indicaciones del vendedor o en algunas de las marcas que tienen una clara reputación al respecto.
Del mismo modo que muchos estudios enfatizan los aspectos positivos de la alimentación a base de productos orgánicos, existen otros, como uno de la Agencia de Normas Sanitarias del Reino Unido (FSA), que indica que las pequeñas diferencias en materia de nutrición detectadas entre los alimentos orgánicos y los producidos convencionalmente no son suficientemente importantes como para ser relevantes para la salud pública.
La clasificación de EE.UU.
Con su reconocida afición por las estadísticas y por establecer clasificaciones y regulaciones en casi todos los ámbitos de la vida diaria, EE.UU., el país origen de la mayor parte de cadenas de establecimientos de “fast food” y de lo que muchos nutricionistas califican de “comida basura”, ha puesto en marcha una regulación para que los consumidores puedan detectar fácilmente y con seguridad los productos orgánicos en el momento de adquirirlos.
En efecto, el Departamento de Agricultura de EE.UU. (USDA, según sus siglas en inglés) supervisa el etiquetado como orgánico (USDA Certified Organic) de aquellos productos que han superado una revisión oficial del proceso de producción, elaborado y empaquetado.
En el caso de frutas, verduras y granos, han de estar libres de pesticidas químicos, fertilizantes no naturales, irradiación y residuos de aguas contaminadas a la vez que no poder ser modificados genéticamente (transgénicos).
Los productos orgánicos de procedencia animal han de estar libres de antibióticos y hormonas, tampoco pueden ser modificados genéticamente y en lo que se refiere a la cría y alimentación, los animales han de haber tenido acceso a algún espacio libre y haber recibido siempre alimentos totalmente orgánicos.
Si el alimento que se va a etiquetar como orgánico está compuesto por diversos ingredientes, la etiqueta indicará “100% Organic” si todos los ingredientes cumplen las reglas señaladas anteriormente. El etiquetado “Organic” indica que al menos el 95% de los ingredientes son orgánicos, mientras que “Made with Organic Ingredients” significa que solo algunos de los alimentos son de origen orgánico y deben estar indicados en la etiqueta de composición.
Según datos de este año del propio Departamento de Agricultura estadounidense, más de 25.000 agricultores, ganaderos y negocios relacionados ya se someten a sus controles y pueden etiquetar sus productos con la garantía que otorga su certificación.
Receta de pasta orgánica con verduras
Esta receta es un plato típico de cocina mediterránea que, si está muy bueno con cualquier pasta y verduras, resulta delicioso si tanto una como otras son orgánicas o de proximidad.
Respecto a la pasta, existen diversas marcas que garantizan que el cereal de la cual procede está cultivado sin fertilizantes ni componentes químicos.
Es recomendable utilizar pasta “plana” o “de cinta”, como los tagliatelle, fettuccini o bavette.
Ingredientes (para 4 personas):
- - 400 gramos de pasta orgánica
- - 250 gramos de tomates cherry
- - 2 cebollas medianas, preferiblemente de Figueras
- - 2 calabacines medianos
- - Aceitunas negras
- - 2 dientes de ajo
- - Aceite de oliva virgen
- - Un vaso de vino blanco
- - Sal
- - Pimienta blanca molida
- - Albahaca
- - Rúcula
Preparación:
- Paralelamente a la preparación de las verduras, en una cazuela con agua abundante y sal (preferiblemente gruesa) hervimos la pasta que deseemos cocinar, siguiendo las indicaciones del fabricante en cuanto al tiempo necesario. Es conveniente que nos aseguremos de tener las verduras preparadas cuando la pasta esté a punto para que pueda mezclarse inmediatamente con las mismas.
- En una sartén con aceite de oliva (basta con que cubra el fondo de la misma) echamos la cebolla picada y los ajos cortados a láminas, removiendo hasta que la cebolla esté bien transparente.
- Entonces incorporamos el calabacín lavado y cortado a tacos. Queda mucho más sabroso con su piel, por lo que es importante lavarlo bien. Echamos la sal y tapamos para que se poche con su propio jugo.
- Cuando el calabacín empieza a estar blando, añadimos los tomates cherry, el vaso de vino blanco y una pizca de pimienta blanca molida. Removemos y volvemos a tapar la sartén.
- En el momento en que los tomates se abren y sueltan su jugo, añadimos las olivas negras, rectificamos de sal si es necesario y removemos durante un minuto.
- Apagamos el fuego y con la sartén todavía caliente echamos la pasta y removemos para que se mezcle bien con las verduras. No hay problema si la pasta aún no está preparada, podemos dejar las verduras en la sartén y calentarlas de nuevo durante un minuto en cuanto esté lista.
-Servimos en platos hondos y, por encima espolvoreamos la rúcula y la albahaca frescas.