#Foodporn, cuando la comida se convierte en objeto de deseo
Arrasa. Especialmente en Instagram: es la tendencia a presentar la comida de una forma deseable, sensual, que despierte nuestros sentidos. Casi igual que en publicidad. Aunque en esta última casi nada es lo que parece.
Paloma Hérnandez trabaja desde hace 14 años maquillando alimentos para publicidad. Sí, maquillándolos. Poniéndolos atractivos. Apetitosos a la vista. Deseables. Así que cuando me hablan de ella, la imagino como la persona perfecta para charlar un rato sobre el #foodporn.
El #foodporn es el hastag foodie por excelencia. Donde hay un #foodporn, hay un foodie. Aunque sólo sea de manera incipiente. No es nada nuevo, ni mucho menos. Del #foodporn se habla desde hace años, pero parece que es en estos días cuando el término está experimentando su máximo apogeo.
De un tiempo a esta parte, en mis redes sociales, especialmente en Instagram, han proliferado las imágenes de comidas lujuriosas y exquisitas a los ojos, caseras o de restaurante, bautizadas todas ellas con la misma etiqueta. He de decir que, si bien todas ellas persiguen el mismo objetivo, no todas resultan igual de lujuriosas. La subjetividad del deseo es lo que tiene.
Amor a primera vista
Los distintos artículos sobre #foodporn hablan de una tendencia fotográfica a presentar los platos bien iluminados y elaborados, de forma provocativa, que despierten todos nuestros sentidos. La idea es generar saliva, envidia y, como diría el famoso cocinero de RobinFood, David de Jorge: ‘Que te ponga cachondo” (El País, 16 de marzo de 2011).
La mayoría de estos escritos señalan que fue la crítica británica Rosalind Coward, reconocida feminista, la que acuñó el término en 1984, en su libro Deseo Femenino. Según Coward: “Cocinar y presentar los platos manera hermosa es una actitud de servicio. Es un modo de expresar afecto a través de un regalo… aspirar a cocinar platos de comida perfectamente producidos y presentados es un símbolo de la satisfactoria voluntad de servir a otros. El Food Porn sostiene estos tres elementos, relacionándolos al arte culinario. El tipo de imagen que se utiliza reprime siempre el proceso de producción de una comida. Las imágenes están siempre muy bien iluminadas y, a menudo, retocadas”.
En otras palabras: el #foodporn se ‘reduce’ a imágenes. O la imagen es la culminación del #foodporn. Alimentos que se presentan sensuales, que nos atraen sólo con mirarlos. Verduras y frutas bañadas en frescas y brillantes gotas de agua, pasteles que dejan salir sus rellenos de cremas y primeros planos que en un cuerpo humano resultarían obscenos. Comidas pornográficas. Y en la presentación, ni un solo defecto.
De profesión, maquilladora de alimentos
Su relación con la publicidad parece clara. Así que quedo con Paloma en un café del barrio Salamanca de Madrid y le planteo el tema. No lo ve igual que yo. En su opinión, el #foodporn tiene más que ver con la presentación de los alimentos de una forma erótica. Lo suyo, dice, tiene más que ver con “ponerlos bonitos”. Perfectos.
Me comenta que cayó en esa profesión por casualidad. Que conocía a alguien de publicidad que le propuso trabajar de ayudante de maquilladora de alimentos y que, como a ella le gustaba cocinar, empezó. “Aprendes trabajando”, apunta.
En España no hay una formación especializada en su ámbito, pero “en países como Francia, Inglaterra o Estados Unidos, sí”. ¿Qué hace exactamente? “Preparar la comida y los bodegones que salen en publicidad y en cine”. Comenta que los rodajes son muy duros, “porque hay pocos y las jornadas son largas y jodidas”. Algunas, “de 25 horas”.
Paloma es la responsable de que pizzas, hamburguesas, cereales, paellas y empanadillas, por citar algunos, sean los más apetecibles que hayamos visto nunca. Que se conviertan, de alguna forma, en ese oscuro objeto de deseo. ¿Cómo lo hace? “Hay muchas formas, dependiendo del producto”, explica. Y destaca: “La mayoría de las veces trabajamos con productos reales propios de la marca”.
Es decir: la comida que sale en los anuncios es comida real. Pero se asemeja poco o nada a lo que recibe el consumidor final. Porque la que vemos en la tele ha pasado antes por las manos de Paloma.
Su trabajo incluye seleccionar los mejores panes entre cientos para hacer una hamburguesa perfecta (y ordenar meticulosamente las semillas si las llevara), seleccionar los mejores brotes de verdura para hacer la hamburguesa más deseable o componer de entre decenas la lata de conservas más equilibrada (visualmente hablando) que hayas visto en tu vida.
“Cuando se trata de productos frescos los compro yo y los llevo yo en el día, para que tengan el mejor aspecto posible”, comenta. Luego, en el set de rodaje, los prepara para que reluzcan. “En el caso de las frutas y verduras solo hay que seleccionar las mejores piezas, que no tengan ni un defecto, y aplicarles un spray de agua o glicerina para que con las gotas brillen más”, relata. Lo más importante para ella es derrochar lo menos posible, usar siempre el máximo imprescindible de alimentos, no estropear la comida.
Productos frescos que no lo son
El oficio le ha enseñado numerosos ‘trucos’ para sacar el mejor partido visual de los alimentos. Uno de ellos, es presentar el pescado más fresco cuando la pieza en cuestión ha sido ha pasado varias horas en un set de rodaje bajo los focos, aunque haya sido comprada esa misma mañana. El secreto es “pegarle la boca al pez con pegamento e inyectar tinta china en los ojos”. Ahí es nada.
Porque en publicidad nada es lo que parece. Por ejemplo, unas inocentes empanadillas. Con esos rellenos abundantes de… algodón. Y si están abiertas, la masa de atún y tomate es solo la fachada. El resto sigue siendo algodón. O las lasañas, tan compactas, con sus capas perfectamente definidas y montadas. “Se pone una capa de pasta y otra de cartón pluma, y así sucesivamente; luego se cubren los bordes con relleno, se cubre de bechamel y se gratina”. ¿Apetitosa?
Tampoco los capuccinos lo son. Normalmente, se trata de café con gelatina o cualquier otro espesante alimentario para darle consistencia. O el cacao soluble, que aunque lo parezca es en realidad agua con espesante y colorante blanco y amarillo.
¿Y qué hay de las carnes? Pues aunque parezca mentira, se cocinan. “Casi todo se cocina, porque muchas veces hay que comerlo, así que también es muy raro que se usen condimentos artificiales o no comestibles”, dice Paloma. Entonces, pone como ejemplo un pollo y explica que para hacerlo lo más apetitoso posible, la mejor forma de es asarlo un poco y pintarlo con miel o caramelo. Un manjar para la vista.
El caso más extremo es el de los helados, que en el gremio son lo que se conoce como ‘ficticios’. “No se puede usar el producto real, porque lógicamente se derretiría”. Claro. Así para los spots se emplea una mezcla de “azúcar glass, grasa y agua”. Deliciosamente asqueroso. Casi pornográfico.