Recetas cinéfilas: no sólo de palomitas nos alimenta el cine
El séptimo arte nos ha mantenido en tensión durante conversaciones sobre hamburguesas (veáse Pulp Fiction, de Quentin Tarantino, 1994) y ha buscado excitarnos con unas codornices con pétalos de rosa (Como agua para chocolate, de Alfonso Arnau, 1992). Ha llegado a hacernos sentir vergüenza ajena con una tarta de manzana (American Pie, de Paul Weitz, 1999) y ha sacado nuestro lado más ñoño con unos espaguetis con albóndigas (La dama y el vagabundo, de Clyde Geromini, Wilfred Jackson y Hamilton Luske para Walt Disney,1955, y El Apartamento, de Billy Wilder, 1960).
O nos ha podido provocar repulsión con unos filetes como los que se come Antonio de la Torre en Caníbal (Manuel Martín Cuenca, de 2013), la cena que sirvió Anthony Hopkins a Ray Liotta en Hannibal (Ridley Scott, 2001) o la tarta de chocolate de Octavia Spencer en Criadas y señoras (Tate Taylor, 2011). Y todo esto sin citar cintas míticas y propias del género como Ratatouille (Brad Bird, 2009), en la que hace un pequeño cameo el mismísimo Ferran Adrià, o la más reciente Julie & Julia (Nora Ephron, 2009), basada en la vida de la cocinera más famosa de América, Julia Child. De una manera u otra, el cine ha avivado nuestro sentido del gusto, despertando su interés por nuevas experiencias.
Y en ocasiones, hasta nos ha dado auténticas ‘master-class’ en artes culinarias. Lo que a continuación se propone es una pequeña parte del recetario cinematográfico más popular, pero por ello menos sofisticado. Y además, para todos los paladares.
Las hamburguesas de Pulp Fiction (Tarantino, 1994)
protagonismo en dos momentos a lo largo de la película: en el primero se trata de simples hamburguesas de cadena de comida rápida, en el segundo tienen nombre propio, Big Kahuna. No eran hamburguesas reales cuando se hizo la película, pero con el paso del tiempo, más de uno las ha materializado. Y puesto que es un producto ‘made in Tarantino’, las versiones que pululan por el espectro más gastronómico de Internet divergen.
¿Conclusión? Cada uno se hace la carne como quiera y la mete en el bollo de pan acompañada de lechuga, cebolla, tomate y una rodaja de piña, así como la salsa Kahuna. Un caldo a base de kétchup y mostaza y, o bien zumo de piña, o un poco azúcar mezclado con las dos primeras y calentado hasta su licuación.
Las codornices en pétalos de rosa de Como agua para chocolate (Arnau, 1992)
El plato que consigue excitar a toda una mesa aparenta más complejo de lo que resulta en la práctica. Resulta tan sencillo como coger cuatro codornices y salpimentarlas por fuera y por dentro. Y después, frotarlas con ralladura de limón. Después las rellenaremos con dados de plátano que habremos cortado previamente y las ponemos a dorar a la sartén. Las apartamos y reservamos la grasa. Por otro lado, mezclamos en un bol almendras, pistachos, miel y pétalos de flores comestibles. Sofreímos un ajo en el aceite de las codornices y añadimos la mezcla, junto con un poco de mantequilla y un chorro de aceite de sésamo. Se remueve y se añaden las codornices. Se tapa y se cocina a fuego lento durante unos siete minutos.
La tarta de manzana de American Pie (Weitz, 1999)
El postre más típico de América protagoniza uno de los momentos más vergonzantes del celuloide: el que nos brindan Jason Bigs, Eugene Levy y la tarta. Recetas hay tantas como ganas de complicarnos la vida tengamos, puesto que en América cada uno la hace un poco como le da gana. De entre numerosas versiones, la elegida es una receta publicada en el Diario de Mallorca. Por fácil, por rápida y por sabrosa.
Entre los ingredientes cita tres manzanas, 100 gramos de azúcar moreno, una rama de vainilla, zumo de limón, una cucharada de harina de maíz, dos planchas de masa quebrada u hojaldre, mantequilla y canela.
Lo primero es preparar las manzanas: pelarlas y cortarlas en gajos, ponerlas en un bol y regarlas con zumo de limón. Luego se añaden el azúcar, la harina y la ralladura de vainilla y se mezcla todo. Por otro lado, se unta con mantequilla un molde redondo (si la idea es que la tarta se parezca lo más posible a la de la película) y se pone la masa quebrada o el hojaldre, cortando lo que sobresalga. Lo siguiente es volcar en él la mezcla anterior y espolvorear con azúcar y canela. Con la masa sobrante se hacen tiras y se cubre la masa. Y al horno, a 200 grados, durante más o menos media hora.
Ratatouille, de la película homónima
Además de hacer un cameo, Ferran Adrià opina que es la mejor película sobre comida de la historia. También el New York Times. Y eso que el plato estrella del film es un guiso vegetariano (propio de la ciudad de Niza y de la región de Provenza en general) más sencillo de lo que a priori parece. ¿El ‘momentazo’? Cuando el crítico gastronómico Anton Ego prueba el ratatouille.
Para hacerlo necesitamos ajo, cebolla, un calabacín, una berenjena, dos pimientos (rojos o verdes, al gusto), tomate natural, sal, pimienta y hierbas provenzales. Antes de nada, apuntar que no es un plato recomendable para comer en el momento. El primer paso es dorar el ajo y la cebolla en aceite de oliva, y después cortar la berenjena, los pimientos y el calabacín en dados y añadirlos. Cocinarlos a fuego lento y sumar el tomate cortado y sal y pimienta al gusto. Se cocina hasta obtener una mezcla espesa, que luego se sazonará con hierbas provenzales. Finalmente, se deja reposar unas ocho horas para que coja sabor. Listo.
Espaguetis con albóndigas por partida doble
Reina y Golfo se besan compartiendo este típico plato italiano en el clásico de Disney La dama y el vagabundo (Clyde Geromini, Wilfred Jackson y Hamilton Luske para Walt Disney,1955).
Y Jack Lemmon sorprendió a Shirley MacLaine con esta receta y una raqueta en El Apartamento (Billy Wilder, 1960).
Por su popularidad, hay cientos de versiones, así que la opción es tomar la más sencilla, la base, y modificarla al gusto. Todas las recetas incluyen tres ingredientes básicos: espaguetis, albóndigas y salsa de tomate (obvio). La cuestión es comprar las albóndigas hechas o hacerlas. Y la segunda cuestión, comprar la salsa o hacerla.
En el primer caso, segunda opción; en el segundo, primera. Así que, por un lado, se pone la pasta a cocer y por otro, se preparan las albóndigas. Fácil: Carne picada al gusto, ajo picado, perejil, huevo y una rebanada de pan duro mojada en leche. Se mezcla todo hasta obtener una masa homogénea. De ahí saldrán las albóndigas después de su paso por una huevera de plástico o de cartón.
Y ahí va EL TRUCO: Echando un poco de harina en cada uno de los huecos y después una cucharada de la masa. Se cierra y se agita suavemente (no vaya a ser que salgan las albóndigas volando), hasta obtener pequeñas bolas de carne enharinadas. Luego se fríen hasta que se queden bien hechas por fuera. El paso siguiente es añadir la salsa de tomate. Y después, la pasta escurrida. Probar el punto de sal y añadir albahaca u orégano y/o queso parmesano rallado.
Los tomates verdes fritos de la película ídem (Jon Avnet, 1991)
Mary Stuart Masterson y Mary-Louise Parker los popularizaron a través del séptimo arte una receta típica de Luisiana (EE.UU.), pero con variaciones que no todo el mundo aprueba. La receta base consiste en partir unos tomates verdes en rodajas, rebozarlos en huevo, sal y harina, y freírlos en aceite de oliva. Sacarlos y dejarlos sobre papel absorbente, para quitarles el exceso de aceite. Los más atrevidos pueden probar a mojarlos en salsas varias.
El orgásmico pastrami de Cuando Harry encontró a Sally (Nora Ephron, 1989)
Meg Ryan simuló un orgasmo en un repleto restaurante de Nueva York ante un perplejo Billy Crystal en una cinta que ha pasado a la historia, precisamente, por esa escena. Y el local que hizo de plató, también. Se llama Katz’s Restaurant y está en 205 E Houston Street, Nueva York. Cuando Harry encontró a Sally convirtió al Katz en un punto de visita obligada dentro de la ciudad y al pastrami que zampaba Crystal en ese corte en su plato estrella.
Pese al éxito, el restaurante no ha dudado en compartir la receta en su página web: hervir el pastrami (que en EE.UU. se hace con una pieza de carne de vacuno) durante unas tres horas en una cacerola. Comprobar que esté tierno y estar alerta a que el agua no se consuma del todo. Y después, dice la receta, cortar los excesos de grasa y filetear. Meter en pan y listo. O eso dicen en Katz…