No se puede entender Pink Monkey sin saber de dónde proviene. Es el último superviviente del tándem que formaron en su día Asiana, un restaurante clandestino ubicado en la zona madrileña de Alonso Martínez, que de día era una tienda de muebles y antigüedades de tipo oriental, y de noche ofrecía cenas a razón de menú degustación, y más tarde, su anexo y de corte más casual, Asiana Next Door. Ofrecían ambos una cocina que fusionaba la gastronomía asiática con la peruana, basada en las muchas experiencias viajeras de su entonces chef Jaime Renedo.
Asiana Next Door, fue el sitio de referencia en Madrid, en cuanto comida del sur este asiático con influencias de aquí y de allá, cuando no había otro que, con su modesto ticket medio, ofreciese este tipo de experiencia gastronómica. Su oferta incluía, además, de manera pionera para un año 2008, una carta de maridaje a base de deliciosos piscos y cocteles. Era una cocina con reminiscencias a un jovencísimo Diverxo, combinadas con la cocina peruana de Astrid&Gastón, y el también ya desaparecido Sudestada, con la gran ventaja de ser más amable al bolsillo. Los “Asianas” fueron toda una revolución, que sentí personalmente como una gran pérdida cuando cesaron su negocio, allá por 2016.
Apenas unos meses más tarde del anunciado cierre, Renedo volvía a la carga, recuperando la misma filosofía de cocina asiática y fusión con un concepto informal y a precios muy razonables, con Pink Monkey. Abrió más adelante Sasha Boom, pero tuvo el mismo destino que sus predecesores, y es Pink Monkey el que sobrevive, desde entonces, conservando los platos más representativos de Next Door, y del que es jefe de cocina, a día de hoy, el chef Luis de los Ríos, formado en la cocina peruana de Gastón Acurio.
C/ Monte Esquinza, 15
Madrid Madrid
España
Informal, pero no demasiado
El local cuenta con una terraza a pie de calle y una más pequeña anexa al local con tan solo tres mesas, igualmente abierta, ambas preparadas para los meses de frío con estufas en el primer caso, y calefactores de techo para la segunda. En el interior predominan los tonos neutros, que contrastan con los del exterior en colores neón. Aquí se come sin mantel, pero con servilleta de hilo, y todo el servicio lo acompaña un personal profesional que recomienda con gusto y acierto.
La carta recorre diferentes países, no necesariamente de manera aislada, pues un taco mejicano lleva guiños asiáticos y un curry estilo thai puede elaborarse con picante peruano. Las raciones están pensadas para compartir y abundan las hierbas aromáticas y los, en su mayoría, moderados picantes, teniendo siempre muy presente, y estando bien indicadas, las posibles intolerancias alimenticias del comensal. Su oferta es para todos los públicos, e incluye menú del día, ejecutivo y degustación.
No pueden faltar los cócteles, que si bien elevan el precio de la cuenta final, me parecen imprescindibles. Dejaos guiar si dudáis entre alguno, como fue mi caso. Pedí algo sin alcohol, que pudiese acompañar mi comida sin opacarla y me sirvieron una riquísima limonada spicy mango, ligeramente picante, con el dulzor justo y muy refrescante, que habría repetido felizmente.
Imprescindibles son los mejillones nam jim, el kimuchi de zamburiñas y el satay balinés de pollo, tres de las elaboraciones herencia de Asiana Next Door. Yo quise rememorar el kimuchi de zamburiña, marinada en kimchi y servida sobre media lima, como perfecto entrante y continuar con un jugoso Satay balinés, consistente en dos brochetas de pollo, marinado en soja, cacahuete y cocinado a baja temperatura, con una salsa para comer a cucharadas a base de coco, lima y polvo de chiles. Una pena que no se ofrezcan en unidades ya que invitaría a pedir más cosas por persona; tuve que pedir la media ración (y era mucho para mí sola) aunque el servicio estuvo tremendamente involucrado en mi disfrute.
Dos son los ceviches que elaboran, cremoso de corvina y thai de salmón. Mi petición fue primeramente el de corvina pero me advirtieron que tenía un grado de picante para paladares expertos, y queriendo curarme en salud opté entonces por el de salmón, con una sedosa leche de tigre con pesto de cilantro, y la acertada incorporación del tamarillo, cuya textura en boca recuerda a la del caqui.
Como plato fuerte, me gustó mucho un reconfortante risotto de quinoa en tinta de calamar y pulpo anticuchero, con un acuciado sabor a queso, perfectamente equilibrado con el ligero ahumado de la salsa de anticucho y el frescor del aji amarillo incorporado en forma de alioli, así como el curry rojo de carrillera ibérica, al que iban incorporados unos carnosos trozos de berenjena y acompañado de arroz jazmín.
La parte dulce, sea quizá la menos representativa de este tipo de cocinas y es que está compuesta por un brownie, un cremoso de avellanas y unos, a simple vista, sin más sorbetes y helados. De nuevo volví a pedir consejo y me sugirieron estos últimos, que, si bien normalmente no pido porque me generan escaso interés, esta vez reconozco que me dejaron muy sorprendida y para bien.
Son de elaboración casera y están perfectamente resueltos, con unos sabores que van desde el lichi con frambuesa o wasabi, hasta el de chocolate con chile. La ración incluye dos bolas y quedé absolutamente fascinada con ambos por sus sabores frescos y cremosidad. El primero, de limón con trocitos de jengibre, perfecto para limpiar sabores, ligeramente ácido, y el de albahaca, extraordinariamente aromático.
La cocina de Pink Monkey es, en definitiva, una cocina que se disfruta con gusto y donde conviven acertadas mezclas de sabores, perfecta para experimentar lo mejor de cada parte del mundo. Su cocina fusión de todos y ningún sitio se acerca al público general menos estricto, con un notable resultado.