Tras pasar durante años por algunas cocinas célebres de Francia y Barcelona, Emmanuel Thomas abrió hace cuatro años Le Bistrot, su propio restaurante en el barrio de la Vila Olímpica. Como el chef es de origen francés, en la carta encontramos algunas preparaciones icónicas de esta tradición. Bien ejecutadas. Se aprecian positivamente los años acumulados en la hoja de servicios.
Los platos se basan en un ingrediente principal acompañado por elementos que mantienen la identidad sápida individual. Emmanuel nos dice que "una zanahoria en una sopa de caballa ha de seguir teniendo sabor a zanahoria, así es como yo entiendo la cocina".
La aparente simplicidad en las composiciones de los platos no oculta el buen dominio técnico: combinaciones originales, acertados puntos de cocción, platos sin excesos de grasa y -sobre todo- bien sabrosos. Presentaciones sencillas pero elegantes.
El espacio es alegre y colorista. Sillas cómodas a pesar de su apariencia colegial, mesas anchas sin mantel y buena vajilla para una propuesta informal que cuida los detalles.
Muy buena iluminación y especial cuidado en la comodidad sonora del espacio: pantallas acústicas en el techo para que los decibelios se mantengan confortablemente controlados. ¡Bien! Cocina parcialmente vista con buena extracción, ningún humo consigue llegar a la sala.
En la mesa
La propuesta de la casa es compartir unos entrantes, y a eso nos dedicamos en la primera parte de la comida y dimos buena cuenta de las croquetas de cocido (extremadamente cremosa y muy fluida, buen rebozado muy crujiente) y las excelentes croquetas de chipirón que suma a las virtudes anteriores un sabor todavía más intenso debido a la acre tinta cefalópoda.
Otro entrante original: combinación de crema de patata con sardina ahumada. Patata bien trabajada con mantequilla hasta emulsionar amorosamente (parmentier) que contrasta con el sabor salado y punzante del pescado. Juego de contrastes en el sabor y en las texturas. Quizá un poco excesivo el punto de salazón de la sardina.
Terminamos la primera etapa del ágape con los huevos con foie y patata, servidos en la misma cazuela en que son cocinados al horno y con la originalidad de utilizar patatas cocidas al estilo de papas arrugás (en agua con abundante sal, imitando la proporción del mismo océano). El conjunto es sabroso y de los que si te descuidas te deja sin pan de tanto mojar miga. Un acierto.
En los platos principales pedimos el arroz de boletus y langostinos, estilo cremoso aunque terminado en el horno. Utilizan la variedad carnaroli que es la canónica para el risotto y el langostino preside el centro de la cazuela con el cuerpo desnudo y listo para el mordisco sin trabajo. Siendo correcto, nos parece que al arroz le convendría mayor intensidad y definición en el sabor de fondo.
Extraordinaria la carne de vieira sobre crema de coliflor. Plato de estética nívea y minimalista, combinación fantástica que vamos a recordar durante mucho tiempo por lograr un gran equilibrio entre sus dos elementos. La coliflor texturizada se suaviza con una reducida cantidad de crema de leche -para no enmascarar el sabor-. La vieira apenas pasa por la plancha y luce una textura tierna y amable. Algo de sal y aceite en crudo y a disfrutar. ¡Sensacional!
La sopa de caballa con miso es otro gran momento palatal. Los toques tostados y ahumados del caldo dashi y el miso se dan besos sabrosos con la caballa intensa. Puerro y zanahoria baby (los dos con su sabor intacto, textura ligeramente crocante) son los encargados de aportar el toque vegetal y fresco.
Los postres se ofrecen en carro, que llega bien cargado con un surtido amplio de postres caseros.
Buen coulant que lógicamente se termina al momento y nos obliga a esperar unos minutos. Aún mejor el extraordinario crujiente de avellana (tres capas distintas con sabores distintos, sensación crocante maravillosa en el paladar). Ligero, complejo y divertido, un postre que lo tiene casi todo.