Una mirada nostálgica a la comida de los años 70. Esa es básicamente la filosofía de Lovnis una de las novedades más recientes en Madrid y que tiene detrás a dos cocineros bien conocidos en el panorama gastronómico de la capital: Iván Morales y Álvaro Castellanos. Tras su éxito con Arzábal han decidido dar un nuevo paso con la apertura de este peculiar espacio que busca recuperar aquel plato combinado que tanto éxito tuvo hace unas décadas y que ahora está casi desaparecido.
Todo en Lovnis apunta a esa nostalgia de otros tiempos, desde los platos y vasos de Duralex hasta recipientes que fueron populares en aquellos años 70 y 80. Incluso, en un guiño más, han recuperado el plato de entremeses que tantos y tantos restaurantes ofrecían para empezar la comida. Los lectores que tengan alguna edad los recordarán bien, con sus embutidos variados, su trozo de queso y su ensaladilla rusa al centro.
Para abrir esta nueva casa se han hecho con el local que durante unos años ocupó un sitio que estuvo muy de moda, Tartán. Y lo han cambiado por completo. En la planta de entrada, una barra y mesas altas donde desde las 8.30h se sirven desayunos, para los que, manteniendo la filosofía del proyecto, se han recuperado el vaso de Cola-Cao o los donuts, sin olvidarse de los cruasanes de mantequilla o del pincho de tortilla de patata.
Platillos para picar
El resto del día, en horario continuado, se puede picar algo de una lista de lo que denominan "platillos" que son raciones clásicas, recuperadas algunas de ellas también de un cierto ostracismo: los ya mencionados "entremeses", champiñones rellenos, las patatas bravas sin salsa de tomate (como manda la tradición madrileña), las gambas al ajillo, los torreznos o los mejillones tigre bien picantitos y con la carne del molusco cortada en trozos generosos y no picada. Junto a ellos, callos, croquetas, una muy buena ensaladilla rusa, rabas, sardinas o, en una concesión a la modernidad, burrata italiana.
Todos estos "platillos" se ofrecen también en el comedor, que ocupa la planta semisótano. Un espacio muy amplio, con paredes de ladrillo visto y luz natural, que ha sido decorado con guiños modernos que rompen en cierta forma el concepto vintage del restaurante. Cuenta también con una pequeña barra con sillas, al modo de las antiguas cafeterías, donde pueden comer personas que vayan solas o que quieran algo diferente.
La idea es, en cualquier caso, dar de comer bien a un precio más que razonable. De hecho, el tiqué medio está entre 20 y 25 euros, una cantidad poco habitual en los tiempos que corren. Como único punto en común con Arzábal, el santo y seña de la casa: el adictivo cubo de mantequilla que se pone en la mesa al principio de la comida.
Algo más que platos combinados
La oferta principal son los platos combinados. Diez en total, que buscan recuperar sabores. Cantidades contundentes en casi todos ellos, lo que hace que se conviertan en una comida completa para uno o que se puedan compartir entre dos personas. Con precios entre 12 y 23 euros, se componen por lo general de un producto principal, siempre de buena calidad, acompañado de distintas guarniciones. Así, hay uno bien clásico a base de huevos fritos, chistorra, patatas Puente Nuevo y pimientos de Guernica.
Otro de albóndigas con pisto y patatas fritas. Un tercero de pechuga a la brasa, pasta, patatas a la parrilla y ensalada de espinacas. Y así sucesivamente. Como ingredientes principales: merluza asada, besugo a la parrilla o lomo de carne roja. Está especialmente bien el de picantón, pollos de buena calidad que primero se asan y luego se pasan por la brasa para darles un toque final más crujiente. Se completa con tomate a la parrilla, patata asada y ensalada verde. Interesante también el llamado "tomahawk" de cerdo, una gran chuleta que llega muy jugosa aunque algo escasa de sabor con guarniciones muy logradas: champiñones al carbón, puerro a la brasa y una buena parmentier.
En los postres siguen los guiños a los 70 y 80. El más divertido, sin duda, la recuperación del, en aquellos tiempos, popularísimo limón helado. Un helado de limón presentado en su propia cáscara y que se encontraba en tantos y tantos restaurantes. La diferencia es que entonces era industrial (alguna marca se forró con ellos) y además llegaban tan congelados que las cucharillas se doblaban al intentar comerlos. Ahora, Iván y Álvaro los hacen en su cocina, y aunque la presentación sea la misma el resultado no tiene nada que ver. Este está muy bueno.
Recuperan también la "copa de chocolate", servida en tarrito de cristal. Una ganache de chocolate en la base y crema chantilly encima. Muy rica. Para beber, buena selección de vinos por copas o cerveza de barril.
Hay que seguir de cerca este proyecto. Una mirada al pasado reciente en un ambiente informal y desenfadado pero con un nivel satisfactorio. Apuesta, en cierta medida, por la especialización en la oferta, una tendencia en alza.
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