Llego a la divertida y abarrotada plaza de la Paja, con todas sus terrazas en ferviente funcionamiento, y me encuentro el precioso Naia Bistró, un coqueto local en el que cada detalle está pensado con mimo, en el que se ve cariño por agradar. A pesar de que la terraza tira, el interior decorado en blancos con un estilo boho-chic y ese coqueto patio interior que lo ilumina invita a sentarte dentro y hacer una comida más relajada en la intimidad, me imagino que por la noche con las luces será acogedor e íntimo. Muebles de madera envejecida, mesas sin mantel, pero con todo lo que se requiere sobre ellas (florerito incluido) a Naia Bistró es ese sitio al que volvería siempre con mis amigas, donde he descubierto una cocina sencilla sin altas expectativas, pero con buenas ideas y correctas ejecuciones. Todo bien para ese ambiente que se respira, en el que vas a pasar un buen rato sin necesidad de nada más.
En cuanto a su cocina, me resulta difícil describir ese eclecticismo que lo pretende englobar todo, pero sin caer en las modas más recurrentes gracias (o más bien, a pesar de) a las que nos encontramos fusilados conceptos en todas las cartas. La oferta es bastante amplia y pasa de clásicos como las bravas o las croquetas a una selección a la brasa, algunos guisos y también pastas y arroces. “La verdad es que no sé qué recomendarte, porque llevo dos días trabajando aquí” o el “He estado fuera unos días y ya hay algunos platos nuevos que nunca he visto” aparecieron cuando pregunté por alguna recomendación, algo que siempre suelo hacer intentando tantear lo que cada restaurante considera que alguien no se debe perder. A pesar de ello, el servicio fue atento y cercano, haciendo la comida agradable, pero sin atosigar.
La carta del bistró
Las cartas largas me producen inseguridades, quizás sea culpa de haber trabajado años en cocina y ser consciente de lo que supone llevar a cabo tantas producciones/elaboraciones a la vez, aunque también como comensal creo que es más interesante reducir la oferta y afinar en las preparaciones, antes que intentar abarcarlo todo. Aun así, sólo al leer la propuesta de Naia se ven buenas intenciones: carnes de Luismi Garayar, cerdo ibérico D.O Guijuelo, alcachofas de Tudela… pero también se entremezclan las samosas indias (esas empanadillas fritas de verduras) con linguine margarita y huevos con migas. De hecho, como curiosidad etimológica, la palabra francesa bistrot se destina precisamente a esos restaurantes pequeños, de precios moderados, con ofertas cortas en las que se sirven bebidas, cafés, quesos y algunas cosas de comer de tipo popular y muy tradicional, de origen hasta obrero y popular.
Todo para compartir
Tras realizar la comanda, pedí pan del obrador Saint Honoré, con buen sabor a trigo y un fondo ácido, de calidad, pero ligeramente humedecida la corteza, aun así cuánto se agradece que el pan sea bueno y se cuiden estos detalles. Opté por arrancar con los chipirones fritos con panko, crujientes por fuera y tiernos por dentro, no excesivamente grasos y con un buen aliño de lima y tamarindo que nos daba sabores asiáticos y hacía más limpio un plato de fritura que podría caer en el punto de ser pesado, aunque sin duda fue lo menos interesante de la comanda. Después una muy bien resuelta versión de la ensalada César con trocitos de guanciale, pollo a la brasa, pero jugoso, queso parmesano, un aliño sugerente y un huevo a baja temperatura para coronarlo todo, la mezcla funcionaba haciéndonos recordar a la mítica ensalada del Hotel Caesar pero fresca y actualizada. Me quedé con las ganas de probar las croquetas de jamón, lo admito, para mí examen básico de cualquier restaurante que cocine de fondo, pero el coste de oportunidad de la elección conlleva estas bajas de las comandas. Queda claro que una única visita no determina, a no ser que hablemos de un menú degustación único, una buena radiografía de ningún restaurante.
Los raviolis de crema de calabaza eran suaves y delicados, con una buena crema en su interior y una pasta que no era tal sino masa de wonton cocida (la de las empanadillas chinas) con mantequilla de salvia y sugerentes contrapuntos ácidos que hacían del plato atractivo y delicado. Rozando el sobresaliente, sin duda, el steak tartar de lomo bajo picado a cuchillo, bien aliñado apareciendo siempre la carne como protagonista y flanqueado con unas tostadas finas de pan que dejaban un leve sabor a haber sido tostadas donde previamente se había cocinado carne, un acierto para esta preparación que no sé bien si fue fortuito o intencionado. Todo acompañado de un zumo de tomate bien preparado y una cerveza de grifo Estrella Damm bien tirada.
De postre, al lado de un buen café, una deliciosa tarta tatin de manzana casera, de las que son una capa de manzana gruesa y bien caramelizada, con su punto de mantequilla y una masa rica bien cocinada, junto a una bola de helado de vainilla, para una cuenta de 40€ por persona aproximadamente. ¿Qué dirían mis amigas? Que podemos volver y estar a gusto siempre.