Desde que las tapas se pusieron de moda en Barcelona, la calidad de la oferta fue bajando en picado, al mismo ritmo que llegaban los turistas y crecían los precios. Pero locales como Perikete le recuerdan a uno cuál es la esencia de una bodega “de las de toda la vida”: con su barra rebosante de producto de calidad, sus jamones colgando del techo y sus platillos con D.O., llegados de todos los rincones de la península.
Y ahí está el Perikete, en unos antiguos bazares de la Barceloneta, barrio marinero y popular de la ciudad, para invitarnos a recordar a qué sabe el jamoncito recién cortado, el pescaíto frito fresco y con su rebozado suelto o el queso poyoyo, que ya de por sí merece una visita.
Hace tan sólo unas semanas que han abierto y las mesas altas e informales del local se llenan en cada turno. El jefe de la cocina, Fran Díaz, que ya tiene una larga experiencia en el Grupo Reini, nos explica que la calidad del producto, el servicio rápido y los precios ajustados ayudan a que Perikete se llene hasta los topes.
“Todo lo elaboramos aquí: croquetas, flamenquines, bombas… no tenemos nada congelado”, sentencia Díaz. Y cuando uno clava su primer bocado en las propuestas de picoteo de la carta, corrobora que, aquí, todavía se cuidan los detalles.
Chicharrón y lagarto
Díaz se encarga de preparar el chicharrón, como se hace en Andalucía. También con influencia del sur, cocina el lagarto de solomillo: son unos 200 gramos del cordón del animal, jugoso, muy tierno, sencillamente marcado a la plancha y acompañado con mojo. Esta es una de las especialidades que se anuncian en las pizarras repartidas por el local.
Otra de las que triunfan son las yemas de espárragos colosales – ¡y lo son! - a la plancha, con jamón y mayonesa. Un plato fuera de lo habitual en las barras de tapeo barcelonesas.
En la carta no pueden faltar las bravas, con el toque especial que le confiere el picante hecho a base de chipotle. El marisquito (gambita, mejillón, calamares, chocos,…), imprescindible en un bar de la Barceloneta, al igual que las bombas, croquetas caseras de bacalao y el pulpo a la gallega.
Pero aquí no todo son tapas. Merecen capítulo a parte los molletes de Antequera, esos maravillosamente suaves y esponjosos panecillos que convierten a los bocadillos en un manjar: los elaboran con calamares (madrileño), sobrasada y queso (mallorquín) o de lacón con queso Arzúa-Ulloa (gallego).
El surtido de butifarras cuenta con cuatro jugosos tipos: de Sant Llorenç (con pimienta), de roquefort, de cabrales y con trompetas de la muerte (un tipo de setas muy apreciado en Cataluña, con un sabor muy intenso). Y para acabar, entre los postres destacan el pionono de Granada y la coca de crema.
Las paredes, literalmente recubiertas de botellas de vino, son una auténtica bodega vertical, con más de 250 referencias que también se pueden adquirir a precio de tienda. Si se prefiere degustar una caña bien tirada, aquí cuentan con surtidores de Keler o Turia, procedentes de Euskadi y Valencia, respectivamente, y no tan habituales en la capital catalana.
C. de Llauder, 6
Barcelona Barcelona
España