Habitualmente no es fácil comer bien, o al menos razonablemente bien, en los museos. El Centro de Arte Reina Sofía de Madrid ha hecho un esfuerzo por romper esa tradición incorporando dos espacios gastronómicos donde el nivel de cocina es bastante satisfactorio. Uno es el que gestiona el equipo de Arzábal y otro se ha encomendado, desde el pasado mes de septiembre, al grupo Azotea, cuya cabeza visible es el cocinero Javier Muñoz-Calero y que ya tiene restaurantes de éxito en la capital como el Tartán Roof, situado en la séptima planta del Círculo de Bellas Artes.
Muñoz-Calero y su equipo han llamado al nuevo establecimiento Nubel, en homenaje al arquitecto Jean Nouvel, que fue quien ejecutó la ampliación del museo hace una década. Ocupa un espacio de nada menos que 700 m2, dominado por la gran cúpula roja que diseñó el arquitecto francés buscando crear el efecto de una gran plaza pública.
Todo es redondo en Nubel: el espacio, las barras, las mesas... incluso las alfombras. El resultado es un lugar moderno, acogedor pese a los altos techos, que gusta mucho a los visitantes del museo y también al público que lo frecuenta por las noches. Tenemos así un restaurante de museo y a la vez un sitio donde se da cita una clientela fashion que busca espacios diferentes. Y aunque ninguno de los dos conceptos suele coincidir con una buena cocina, en este caso encontramos la excepción que confirma la regla.
Abierto desde las 9 de la mañana, para servir desayunos, hasta las dos y media de la madrugada, Nubel es un lugar muy versátil en el que lo mismo se puede tomar un café a primera hora, que el aperitivo a mediodía, comer de manera informal, tomar una copa o cenar platos más trabajados en una carta que Muñoz-Calero ha trabajado mucho.
Además de una terraza en el patio interior. En todos los casos se ha cuidado el diseño, desde el vestuario del personal de sala hasta las lámparas y otros elementos del mobiliario. Siempre con una buscada informalidad, que incluye la ausencia de manteles en las mesas, algo de lo que, como saben los lectores habituales, no somos nada partidarios.
Como decimos, la oferta entre almuerzo y cena se ha diferenciado mucho, con cartas independientes para cada caso. Más gastronómica la de la noche, más asequible para todo tipo de público la del mediodía, con aires de bistrot y platos más sencillos. En esta ocasión vamos buscando precisamente esa oferta del mediodía, recogida en una carta que se divide en diferentes apartados: aperitivos, con raciones pensadas para compartir; los platos del día, en el que no falta nunca uno de cuchara; las ensaladas; las especialidades de la casa; sandwiches y hamburguesas, y los postres. Cocina ecléctica, inspirada en la tradición española pero bien actualizada, y que busca satisfacer a esa clientela variopinta que se da cita en este espacio a la hora de comer.
Del primer apartado probamos la ensaladilla rusa, con la patata muy machacada, casi una crema, pero rica de sabor. También las croquetas de jamón, bien cremosas pero con un rebozado algo más basto de lo deseable. Y unas patatas bravas que son patatas fritas a la inglesa con dos salsas, una alioli y otra picante de pimentón, como se estila en Cataluña y otras zonas, aunque no en Madrid. Buenas patatas, aunque la salsa las reblandece como apreciamos sobre todo en las últimas que comemos. Especialmente bueno el taco de pato pibil, una versión de la popular cochinita pibil mexicana, en la que la carne de cerdo se reemplaza por otra de pata Barberie.
Uno de los platos del día es el poké. Se trata de una ensalada de pescado crudo muy popular en Hawai y que en los últimos años ha cobrado gran presencia en Estados Unidos. Aquí se prepara con atún marinado, cortado en tartar, arroz blanco y una salsa especiada. Un plato agradable aunque se echa en falta un poco más de fuerza en el aliño del pescado.
Probamos luego dos platos fuertes. Primero el pollito de grano al horno con aceitunas, alcaparras, tomillo y limón, más un jugo hecho con la reducción de la propia ave. Llega entero el pequeño pollo y el camarero lo corta en dos mitades. Está francamente bueno, con ese acompañamiento que potencia unas carnes que por sí solas no tienen excesivo protagonismo. El segundo es una correcta milanesa de ternera lechal que se sirve con huevo frito y una salsa de eneldo. Plato contundente por la combinación de carne y huevo que además lleva guarnición una patatas paja, en este caso bastante mejorables. Contundente también la salsa de eneldo, en realidad una intensa mostaza que llega a dominar excesivamente al resto de ingredientes. Por suerte viene a un lado y se puede prescindir de ella o coger una mínima cantidad.
No están nada mal los postres. Nos gustan especialmente las fresas confitadas en balsámico con helado de yogur. Para los más golosos, canutillos de dulce de leche, presentados sobre ricota. O la llamada Taza caliente, una taza alta y estrecha que lleva en el fondo un bizcocho semilíquido de chocolate y encima crema chantilly. Algo complicada de comer pero muy buena.
Ya saben. Una visita al museo Reina Sofía, que vale mucho la pena, y luego parada y fonda para reponer fuerzas en este espacio gastronómico.
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