Restaurante Sevruga

Más de 15 años al pie del cañón

Irene al frente de la sala y Pepín al mando de los fogones. Sevruga es la historia de un matrimonio luchador, profesional y en constante formación, que hace honor al famoso término: ‘resiliencia’. En los 16 años de vida del restaurante, han sabido amoldar su negocio y responder a las necesidades de cada momento, evolucionando su estilo inicial, más tipo fine dining, a un concepto más fresco y desenfadado, donde han mantenido su filosofía de cuidado por el producto y el servicio profesional en sala. “Creemos que hemos hecho una labor importante en el pueblo para impulsar la gastronomía y renovar la oferta, ofreciendo un servicio más cuidado y atento, y despertando la curiosidad gastronómica de muchos de sus habitantes”, afirmaba Irene al principio de la entrevista. En 2012, incorporan a la familia empresarial la Cervecería Sevruga, en Plaza Manuel Ruíz Sosa, 1, también en Coria. Ahora, tras la crisis sanitaria, abren una nueva línea de negocio con el servicio de recogida para aquellos que quieran disfrutar de Sevruga en el comedor de su casa.

Cocina contemporánea y sugerencias de temporada

Desde ‘caviar ecológico de Río Frío con blinis y mantequilla’ a ‘papas aliñás con aceite de oliva y salmorejo’. En el Restaurante Sevruga, uno encuentra lo que busca. Ofrecen una carta de tapeo donde encontramos platos tan tradicionales como las ‘croquetas de puchero’ o los ‘camarones rebozados con verduritas y huevo poché’ y otros de importación como el ‘tataki de atún con mayonesa de soja y alga wakame’. Casi todo puede disfrutarse en formato tapas o raciones, pero lo que más me llama la atención es su oferta de carnes y pescados.

Pepín me enseña la nevera de maduración de carnes. Cuelgan piezas de lomo bajo, alto, novillo argentino, chuletón de vaca rubia gallega… los ojos se me hacen chiribitas. Me cuenta que en la cocina dispone de un horno de carbón que aporta ese toque tan sabroso de las brasas. “Aquí todo (o casi todo) lo hacemos en el Josper®. Trabajamos una carta más o menos fija y añadimos sugerencias según el producto que encontremos de temporada”, explica el propietario y jefe de cocina.

De su carta destacan el ‘Albur de estero a la brasa con puré de patatas al limón y ajada gallega’ y su ‘pulpo a la brasa con chimichurri, patata y mojo verde’. “El Albur es un pescado de río típico de la zona y todo el mundo viene a Coria a comer albures. Los nuestros son de Veta la Palma, en Doñana. Al crecer en su entorno natural, el pescado es de gran calidad y eso se nota”, me comenta el matrimonio. Y, sin duda, lo es.

En su bodega encontramos vinos andaluces, extremeños, gallegos, clásicos de Rioja y joyas de Ribera del Duero, con más de 120 referencias de los terruños más especiales de cada región. “En España se hace buen vino en muchos sitios y se hacen vinos maravillosos a precios accesibles. Me gustan las bodegas pequeñas que cuentan historias”, comenta Irene mientras abre la inmensa cava de madera que guarda sus vinos. Ella es la encargada de elaborar la carta y seleccionar los que estarán cada temporada.

El restaurante: una sala para cada momento

El restaurante ofrece dos entradas: una en Avenida de Andalucía y otra exterior, donde se encuentra su fabulosa terraza con capacidad para 50 comensales y vistas al río.

Tras subir unas escaleras, encontramos el salón de la planta superior. Una enorme cristalera que va del techo al suelo nos regala una panorámica incomparable del Guadalquivir. Sillas de piel, manteles blancos, vajilla serigrafiada con su logo… el salón de la primera planta transmite esa esencia de ‘aquí se come bien’. “Normalmente nuestros clientes se sientan aquí a disfrutar de una botella de vino y comer a un ritmo más calmado. Ahora lo utilizamos también como espacio de tapeo para ampliar la zona de la terraza. También lo alquilamos para comuniones y otros eventos privados”, nos comenta.

En la siguiente planta ofrecen un salón privado con terraza y vistas al río para unos 20 comensales, que puede reservarse para grupos y mesas grandes. Nos imaginamos cenando aquí al atardecer, con sus guirnaldas encendidas, su brisa nocturna y su buen producto. Qué maravilla.

La última parada es la bodega, en la planta sótano del restaurante. Se trata de una pequeña sala con una mesa privada que hay junto a la cava de vinos. “Principalmente, esta sala se utiliza en invierno para comidas de Navidad de 8 a 10 comensales y es muy agradable”, me dice Irene.

Acaba la visita y me marcho del restaurante pensando que, si el verano se acontece tan local y de interior, Sevruga servirá de oasis playero para muchos turistas y residentes que este año no van a la costa.