Su oferta gastronómica es, según afirma la propia gente del Coplas “sencilla pero honesta”. Me cuentan que querían ofrecer buenos bocadillos, empanadas y ensaladas para que el placer de la conversación no quedara interrumpido por la necesidad de salir a cenar algo en otro local. Bocadillos como el Marifé, con pollo, cebolla crujiente y salsa cheddar; el Maruja, con pastrami, lechuga, tomate y mozzarella, nachos, empanadas y ensaladas...
En el Coplas cuentan sin complejos que utilizan buenas cuartas y quintas gamas, proveedores de los que se fían –el de las empanadas, por ejemplo, se las trae a diario desde un cercano obrador– y que no buscan reinventar la rueda, sino reinventar, eso quizás sí, lo que es un bar de barrio.
Loable misión que nace del recuerdo de la abuela de su creador, Sergio Gil. Una abuela que se estableció en el barrio del Raval –en aquel entonces, el Chino– y que amaba la copla. De esta historia, Gil, quien es es antropólogo y restaurador, se ha alimentado y ha creado un local cañí y agradable.
Una parte de la vida de Gil participa de la otra, y compagina su actividad en lugares como la Universidad de Barcelona o el Basque Culinary Center con su papel como empresario de hostelería en Barcelona.
Con el grupo Taberna y Cafetín tiene ya cuatro locales en la ciudad, tres de ellos en el Raval de sus amores (la Llibertària, Colibrí y Coplas) y otro en la Barceloneta (La Peninsular). Barrios que se están gentrificando, pero donde lo que atrae al visitante es también la promesa de autenticidad. En esa cuerda de equilibrista anda Gil, quien quiere que sus locales no resulten traidores a la zona y sus vecinos, pero también buscan gustar al que pasa por allí.
En el caso del Colibrí, se trató de la recuperación del nombre de un local histórico del barrio. En la Llibertària, un homenaje a los movimientos obreros del siglo XIX y principios del XX. Con La Peninsular, la tecla tocada era el origen andaluz de sus encargados, y en el Coplas, el imaginario de la abuela de Gil.
Pósters de folclóricas, un menú escrito en una portada de discos, un pequeño patio interior y un diminuto escenario en el que hay música en directo por las tardes, desde flamenco canónico hasta jazz libre, un lugar que también sea punto de encuentro de unos vecinos a los que frecuentemente el turista ha dejado en segundo plano.