Makkila Núñez de Balboa
La terraza de Makkila Nuñez de Balboa está a reventar. Respetando las debidas distancias y todas las normas de seguridad. El jueves hay expectación. Son las nueve de la noche y aún no ha llegado Ardiya. EL DJ, abanderado de un nuevo sonido, más fresco y urbano, donde se dan cita el house, el pop y el RnB, ya ha dejado de ser una promesa para erigirse como uno de los grandes nombres de la música electrónica en nuestro país. Su figura, espigada y camaleónica, se ha podido ver por lugares como Kapital o Starlite Marbella, cuando todavía nadie sabía lo que era un coronavirus. “Verle pinchar es un espectáculo”, comenta Eduardo, uno de los responsables del coqueto espacio, emblema del grupo de restauración, y demandado place to be de la juventud madrileña.
Y es que la media de edad que se observa va de los veinte a los treinta. Mucho tatuaje situado estratégicamente, que se alterna con pantalones de pinzas y camisas de El Ganso. ¿Ellas? Americanas oversize y mechas californianas. Un ambiente casual, iluminado por luces rojas y un neón con la imagen. La decoración no deja nada a la improvisación: mucha madera bien elegida, esbeltas plantas en cada rincón y unas grandes cristaleras en sus dos lados. Y con amplia y protegida terraza. ¿Quién quiere más?
Cocina sin reglas pero reconocible
Para pedir nos dejamos aconsejar. “Prueba las zamburiñas gallegas, están buenísimas”, apunta muy acertadamente uno de los camareros. Llegan gratinadas con una bechamel de miso blanco que las hace suaves y deliciosas. Un entrante ideal que hace presagiar lo mejor. Continuamos con unos mejillones al curry verde, hierbas y lima. Una ración sustanciosa, fresca y con un toque picante que hace que nos vengamos arriba y pidamos una Voll Damm, una de esas cervezas con cuerpo sin ser excesiva, malteada por duplicado. Una maravilla repleta de sabores tostados y amargos.
Son las nueve y media y Ardiya ya ha llegado. Se coloca en la parte alta del restaurante y comienza pinchando Justin Timberlake. El local es una fiesta contenida. La gente se contonea en sus asientos y no para de pedir: berenjenas asadas con curry, manzana caramelizada y jalapeño; huevos rotos con patatas fritas; tagliatelle rojo al pesto de aguacate, pistachos y chile. Cocina reconocible, pero con un ligero punch que la trae al presente. Nos decantamos para cerrar con un dúo imbatible: atún y txuleta. Mar y montaña, como indican en la carta.
Mar y montaña: Tataki y txuleta
Probamos el atún rojo en forma de tataki. Es decir, levemente marinado en soja y pasado solo unos segundos por la plancha, dejando ver toda su finura y notas yodadas. Le acompaña una base de aguacate y por encima pico de gallo, el típico aderezo mexicano que confeccionan a base de tomate, cebolla y chile bien picados. La txuleta, de raza suiza, más concretamente Simmental, se coloca sobre un infiernillo de gas, lo que permite que uno la haga a su gusto. Dos opciones que terminan de redondear una propuesta muy acertada, donde el ticket medio no debería de dispararse si no hacemos locuras. Las raciones se comparten fácilmente y las opciones alternan lo clásico y lo más moderno, lo que las hace muy apetecibles (como por ejemplo la tortilla de patatas, que preparan al momento con cebolla caramelizada).
Cuando salimos del lugar, situado en una de las esquinas más codiciadas del barrio de Salamanca, las mesas comentan animadamente como sus padres y sus abuelos ya han sido vacunados y tienen cita en breve. Salir a la madrileña, con una cerveza, un picoteo informal pero sustancioso y buena música, nunca estuvo más al día.