Si vivís en Matadepera o en sus alrededores seguro que conocéis el restaurante Can Solà. Ubicado en una masía del siglo XI, a los pies del Parque Natural de Sant Llorenç del Munt, aquí se han casado durante décadas infinidad de parejas de la zona. El restaurante estuvo cerrado los últimos cinco años hasta que un grupo de restauración, con larga experiencia en el sector, compró la masía e inició el proceso de reforma. “Se trata de una masía catalogada y tuvimos que conservar muchos elementos que son patrimonio arquitectónico. El proceso fue largo y había expectación en el pueblo, por el vínculo emocional que muchos tienen con este lugar”, explica Xavier Coma, uno de sus responsables, que también solía frecuentar el restaurante de pequeño.
El nuevo Can Solà quiere alejarse de la imagen y de la propuesta gastronómica anterior: “Aprovechamos la rusticidad de la masía, pero le hemos dado un toque más moderno, tanto en el interiorismo como en la carta”, apunta Coma. Paredes de piedra y reformadas vigas de madera combinan con sillas de diseño de aire nórdico y lámparas contemporáneas en un espacio con capacidad para cerca de doscientas personas. El lugar más cautivador es el gran salón comedor, totalmente acristalado y con agradables vistas al jardín. También disponen de algunos reservados y de dos salas privadas para grupos, ubicadas en rincones con encanto de la masía.
Carrer de Can Solà del Pla, 7
Matadepera Barcelona
España
Slow life
Sobre la propuesta gastronómica, lo tienen claro: lo apuestan todo a la brasa, con algunas excepciones, y al producto. “Hacemos una cocina sencilla, pero con producto de máxima calidad y de cercanía, con carnes ibéricas y gallegas de primera y pescado fresco del día. Nuestra cocina es abierta para que el comensal pueda ver todo lo que hacemos, no escondemos nada”, afirma Coma. Y añade: “No somos un sitio de BBC (bodas, bautizos y comuniones), tampoco organizamos calçotadas. Queremos que se respire un ambiente de tranquilidad, sin alboroto ni grandes grupos de comensales alzando la voz”.
En este agradable y luminoso entorno, la carta nos invita a empezar con propuestas para compartir como las gustosas anchoas del Cantábrico, que desalan ellos mismos, el sabroso jamón de vaca madurada o una coca con verduras de temporada y ventresca de atún de excepción. Mención aparte merece la tortilla de brandada de bacalao, grande, jugosa y con un toque final de piparra, esa pequeña delicatesen vasca. Para continuar, podemos optar por algunas de esas recetas que rinden homenaje a la cocina lenta y a la tradición catalana, como los eternos canelones, los macarrones del cardenal o el bacalao gratinado con alioli.
Aromas de brasa
Por fin llega el momento del fuego. Al calor de un horno de brasa y de una parrilla abierta preparan clásicos de la brasa catalana como las manitas de cerdo o la butifarra de Lleida, además de otras alternativas cárnicas como el picantón de granja, la pluma ibérica, la hamburguesa de vaca vieja o el costillar de cerdo ibérico, que cocinan durante toda la noche a baja temperatura y terminan a la brasa. Aunque, sin duda, la estrella es el chuletón, más de un kilogramo de carne de vaca gallega premium, pensada para compartir.
También incluyen en su carta brasa de mar con opciones que funcionan a la perfección entre la clientela como la lubina de un kilogramo y medio, que sirven abierta y con un refrito de ajos, o el rodaballo salvaje al estilo Guetaria. Las presentaciones son clásicas y los acompañamientos generosos: patatas al caliu, pimientos rojos confitados, alcachofas del Prat, berenjenas a la brasa, etc. Para terminar, todos los postres son caseros, pero no os perdáis el chucho, que llega directamente de una de las mejores pastelerías de Girona.
Pensando en estos meses de calor, acaban de inaugurar su nueva terraza de verano, que estará abierta al público para hacer el vermut –obligado pedir su combo de fuet, queso manchego en aceite, patatas chips, aceitunas rellenas con un generoso trozo de anchoa, mejillones y berberechos- todos los fines de semana. De jueves a sábado, abrirá también por la noche para poder tomar unas copas al fresco. Un espacio para respirar, relajarse y compartir con vistas a la encina milenaria que preside el jardín de la masía, otra de las señas de identidad de este lugar que, para algunos evocará memorias pasadas, y, para otros, generará nuevos recuerdos.