Con 135 años de historia, el Comercial es el café más antiguo de Madrid. Tras la profunda reforma a la que fue sometido hace cinco años, que respetó plenamente el espíritu de este centenario establecimiento, protegiendo además elementos como la fachada, las escaleras, el mostrador, los techos o las lámparas, el Café ha ido consolidando su apuesta por una gastronomía de calidad de la mano del grupo El Escondite y de su jefe de cocina, Pepe Roch.
El espacio se encuentra dividido en tres zonas. Una es la barra de la entrada, abierta todo el día, donde se puede desayunar o picar algunas raciones o tapas y que cuenta con una carta propia. Las otras son dos comedores, uno situado en la planta superior, con una decoración más moderna, que puede utilizarse también como espacio privado, y el otro el gran salón del café, que mantiene la elegancia y el empaque clásicos que siempre han sido santo y seña de esta céntrica e histórica casa.
Pepe Roch, al frente de las cocinas del grupo El Escondite, y muy especialmente de las de esté Café Comercial (donde cuenta con el apoyo de Carlos Moreno), es un cocinero de largo recorrido, que incluye unos años en Miami en los restaurantes de cocina española que allí tiene el empresario Carlos Galán. Desde la reapertura del Café, Roch ha apostado por propuestas absolutamente tradicionales, en las que está muy presente el recetario madrileño. Un acierto que en las mesas del gran salón se hayan recuperado los manteles, que en los primeros tiempos de esta nueva etapa brillaban por su ausencia, obligando a comer directamente sobre la superficie de mármol.
La carta de Roch apenas ha cambiado en este último lustro. Para qué tocarla si los platos están ricos y funcionan bien. Para empezar la comida, algunos entrantes que se comparten con la barra del establecimiento. Buenas gildas, clásicos huevos duros rellenos de atún con tomate, o una moderna y bien resuelta versión del popular “matrimonio”, en este caso utilizando sardinas marinadas y ahumadas acompañadas de tomate y encurtidos. Notable la empanada de bonito, con hojaldre de calidad. Y está muy bien el mejillón tigre, una preparación que fue muy popular y que poco a poco desaparece de las barras y los restaurantes. Más donde elegir: una correcta ensaladilla, con bonito en escabeche casero; unas patatas bravas poco madrileñas ya que se les añade alioli, por mucho que este sea de madroño; oreja a la plancha con salsa brava, o unas sabrosas albondiguillas de rubia gallega, vaca vieja que se pica en la cocina, con una salsa al pedro ximénez muy lograda y la compañía de unas buenas patatas fritas en daditos.
En el apartado de pescados, resultan muy jugosos los taquitos de merluza de pincho a la romana, con una suave muselina de ajo frito. Y especialmente recomendables los calamares de potera en su tinta con arroz blanco. Salsa brillante, muy bien ligada, y sabor en el guiso. En cuanto a las carnes, todo igual de clásico. Chuleta de vaca madurada fileteada, solomillo, steak tartar, carrillera en pepitoria… El plato estrella es el solomillo Wellington, que se prepara de forma individual. Por algún extraño motivo, el que pruebo llega con la carne muy pasada y no con ese punto entre rojizo y sonrosado que debe tener. Difícil conocer las causas, cuando el resto de lo que preparan salen en su punto. Cosas que ocurren en las cocinas. Rápidamente el cocinero ofrece cambiarlo. Y todo resuelto.
En los postres, buenas tartas de chocolate y de queso y una notable y jugosa torrija, hecha con brioche, aunque no acaba de convencerme que se presente sobre arroz con leche. Al lado un buen helado de violeta. Tampoco ha cambiado demasiado en estos cinco años la carta de vinos, demasiado escueta. Y a mejorar un servicio de sala especialmente amable pero con algunos fallos impropios. En cualquier caso, lo importante es que en este Café Comercial se come francamente bien. Y rodeado de historia.
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