El Trapío se ubica en una evocadora torre modernista. Su silueta se recorta sobre el cielo azul del tranquilo barrio de la Bonanova. Nos avanza con su color crema con detalles verdes lo que encontraremos al traspasar el umbral: alta comodidad, cocina clásica y un divertido espíritu de alegría de la vida alto-burgesa mezclado con la tranquilidad y las hechuras de una casa señorial.
En todos y cada uno de los rincones de la casa encontramos detalles que ilustran esta combinación de serenidad elegante. Desde la asalmonada vestidura de las mesas, a juego con el dominio de las maderas en todo el local, hasta la comodidad informal de las sillas de caña. Cada mesa bien equipada con taburete auxiliar para depositar bolsos y demás aparataje que nos pueda distraer de lo principal: comer bien y disfrutar.
El gran protagonista del espacio es la enorme terraza profusamente ajardinada, con estanque imponente, el gran elemento central. Alrededor del mismo se distribuyen mesas y espacios, bajo toldos y árboles de todo tipo. Hay algunos rincones clorofilados que invitan al café post ágape, espacios de relax y disfrute gastronómico, joyas difíciles de encontrar en medio de una gran ciudad.
La carta propone cocina clásica, sin sorpresas, adecuada para el público que sabe lo que quiere y no espera otra cosa que acertar. En este sentido, elaboran desde 1978 el tronco de merluza a la donostiarra. Si eso no es un clásico, ya me dirán.
Antes, eso sí, disfrutamos con el tártar de atún rojo (bluefin) presentado en colorido timbal. Con guacamole y dados de tomate. Acompañado también con unos trazos de confitura de ídem para quien guste de combinar el dulce (o salado, a gusto del comensal). Sobre la imponente columna, las huevas de salmón lucen como gemas iluminadas por el sol del mediodía en Barcelona. A cada cucharada, una mezcla de untuoso guacamole, la suave resistencia de la carne del emperador del mar, el efecto fresco de los carnosos dados de tomate y el estallido goloso de las huevas con su toque salado. No se puede pedir más
Para los devotos del buen pescado, repetimos: el tronco de merluza es una obligación casi confesional. Rodaja enorme, gruesa y recia. Cantábrica. Cocida al punto exacto, la salsa de ajo y guindillas se vierte entonces a través de su centro. Un sabroso río picante, complemento perfecto que suma sin sacrificar ni un ápice de la jugosidad. Bajo la merluza, una suculenta cama de patatas panaderas. Una cama perfecta, claro está.
Y para los amantes de la carne, un skyline de costillar de cabrito con un interesante cremoso de jamón con semillas de mostaza. Mezcla de suave textura sofisticada en la crema de jamón y patata con el toque rústico de la semilla machacada que ha soltado aromas y sabores al mismo. Un plato que exige pan, tanto para rebañar el puré como para apurar los jugos que con el corte libera la tierna carne. El aroma de romero envuelve el plato y transporta automáticamente al monte devorado a mordiscos. Espectacular.
Y más clásicos para terminar por todo lo alto y en dulce. Tiramisú de ración generosa, bien equilibrado y con el justo toque de chocolate. A cada cucharada, fundente mezcla de sabores y texturas golosas. Un festival, no hace falta añadir mucho, simplemente dejarse llevar y disfrutar.
Fotos: Andreu Gilaberte.